miércoles, 24 de abril de 2013

Fincas al occidente de la Sabana – Un año después

Bosque nublado en La Chorrera, San Francisco
Hace algo más de un año varios propietarios de fincas en cuatro municipios situados al occidente de la Sabana de Bogotá (La Vega, San Francisco, El Rosal y Subachoque), todos nosotros curiosos y experimentadores en el mundo de la conservación, decidimos empezar a compartir experiencias sobre lo que estábamos haciendo en nuestros terrenos. Como parte de este trabajo, cada mes he estado enviando al grupo un correo que lleva información sobre las plantas, los animales y las actividades de conservación que se realizan en la región. Ahora somos más de 40 fincas las que estamos participando de este conocimiento. Y puede ser un buen momento para hacer un resumen sobre qué es lo que tenemos en común. Es una reflexión que toca muchos campos de nuestras vidas y que debería hacerse en conjunto. Por lo pronto, me he limitado a pensar qué es lo que hacemos, consciente o inconscientemente, para conservar la biodiversidad de nuestros terrenos. Y encuentro que eso que hacemos puede ser resumido en los siguientes puntos:

 

Somos curiosos respecto a la vida que nos rodea

Yarumo plateado en la finca Chulajuán, San Francisco
Esta curiosidad se manifiesta en que conocemos los nombres de varios árboles que crecen en nuestras fincas. Conocemos los nombres de algunos animales que viven en estos árboles. Y, si no conocemos los nombres, al menos reconocemos que no los conocemos y buscamos aprenderlos a la menor oportunidad que se nos presente. Y no hablo de conocer los nombres de TODAS las especies que viven en nuestras fincas, una tarea interminable. Hablo, de conocer los nombres de al menos 10 árboles distintos, de al menos 10 pájaros que recorren nuestros terrenos, de las especies más comunes y típicas con las que compartimos nuestra vida de campo.

 

Queremos conservar esta vida que nos rodea

Rana en la finca El Cerro, Subachoque
Reconociendo que tenemos que vivir de algo y que muchas fincas tienen que ser productivas, también reconocemos que esto no es incompatible con la conservación de nuestros compañeros árboles y de nuestros amigos pájaros, cuyos nombres (si es que realmente son amigos nuestros) hemos aprendido. Por esta razón, somos curiosos a la hora de aprender las necesidades de la vida silvestre y a la hora de aprender nuevas formas de producción y de manejo de los terrenos que permitan la coexistencia de los sistemas productivos y de los animales y plantas nativos.

 

Hacemos un ordenamiento de nuestras fincas

Sietecueros y corredores de bosque - La Primavera, San Francisco
Las fincas no las manejamos de cualquier manera; más bien, planeamos bien cómo van a ser organizadas. Esta planeación (que si nos cabe en nuestras cabezas no necesariamente tiene que estar en un plano o en un papel) incluye usualmente dos tipos de zonas de manejo distinto. Uno son las zonas de producción, de vivienda y recreación, que son las zonas de hacer, donde usamos nuestro sentido común, donde aplicamos el conocimiento que disponemos para el funcionamiento de los sistemas productivos, donde damos rienda suelta a nuestros gustos, a nuestra estética. El otro son las zonas de conservación, que usualmente ocupan los nacimientos y cursos de agua, las laderas más empinadas, los linderos del terreno y los sitios con bosques más viejos. En las zonas de conservación dejamos que la naturaleza se manifieste con sus propias formas, a su propio ritmo. Son zonas de “no hacer” para nosotros, donde procuramos no entrometernos y más bien procuramos observar, aprender. En las zonas de conservación se desarrollan libremente elementos raros en los jardines y campos cultivados, pero igualmente importantes y necesarios para la vida: entre ellos el pasto alto, que nunca es cortado; los colchones de hojarasca que cubren el suelo; las marañas de enredaderas, chusques y arbustos, donde crían las mariposas y donde la mayor diversidad de aves construyen su nido; y los troncos muertos, donde los pájaros carpinteros, tucanes, búhos y otros animales encuentran refugio y lugar de cría. Si tenemos ganadería, instalamos cercas que impidan que las vacas entren a las zonas de conservación, previniendo la destrucción y el pisoteo de la vegetación.

 

Y va más allá de lo que hacemos...se trata también de lo que “no hacemos”, de lo que dejamos ocurrir...

Variedad de flora a orillas de un guadual - El Saman, La Vega
Esto va muy en sintonía con la filosofía de las zonas de conservación. No todo es conocer, planear y hacer. Muchas cosas valiosas simplemente van sucediendo y quizás un día les reconozcamos todo su valor. Una persona sin mayor conocimiento puede dejar crecer un bosque sin saberlo, por la simple razón de haber dejado “abandonado” un terreno, sin “cuidado” alguno. Este tipo de elementos de la espontaneidad también es altamente valorado por las personas de nuestro grupo. De allí derivan las restauraciones ecológicas más auténticas; y las sorpresas que condimentan nuestra vida. Creo que es por esto que a todos nos gustan los bosques silvestres.



Éstas son apenas mis opiniones. Otras personas del grupo podrán aportar nuevas observaciones y puntos de vista que muestren en qué formas todos nosotros hacemos parte de una misma cosa.

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