domingo, 26 de julio de 2015

Las fuerzas detrás del páramo. Parte 2: Los bosques

Roble de 30 m de altura - Belén, Boyacá - 3200 m
Los páramos, esos ambientes de alta montaña tan característicos de Colombia, deben su formación al levantamiento de las cordilleras andinas, muy reciente en términos geológicos. Como factores predominantes en su génesis se han mencionado el duro clima y las adaptaciones que plantas y animales han tenido que pasar para poder sobrevivir en el techo de las montañas tropicales. Insolados durante el día, congelados durante la noche, los organismos de los páramos han desarrollado formas y estrategias de vida tan particulares que ahora resultan características de todo el ecosistema, como la forma de crecimiento en roseta de los frailejones y otras plantas de altura.

Con todo, hay otros factores menos conocidos que han contribuido a darle al páramo diversas formas a lo largo de toda su historia. El páramo no ha sido siempre el mismo; para conocer este ecosistema, tenemos que mirarlo en su totalidad, no sólo durante los últimos 500 años desde el “descubrimiento” de América por parte de los europeos, sino desde su origen y recorrido a través de millones de años.

En esta serie de cuatro artículos mencionamos cuatro fuerzas naturales que han formado los páramos a lo largo de toda su historia: la megafauna; los bosques; el fuego; y los seres humanos. Tradicionalmente, el papel que todas estas cuatro fuerzas naturales han tenido en la formación de los páramos ha sido subestimado. Aquí podremos ver cómo es necesario entenderlas y darles su valor adecuado, para poder comprender los páramos actuales y poder dirigir las labores para su conservación.

 

Del páramo al bosque

Polylepis colonizando el páramo - Belén, 3500 m aprox.
La imagen que tenemos de los páramos suele corresponder a un territorio amplio en lo alto de las húmedas montañas tropicales, donde la vegetación dominante es de gramíneas y plantas arrosetadas como los frailejones. En el mundo del páramo abierto, los arbustos se limitan a matorrales dispersos, los bosques, si acaso, están representados por pequeños parches aislados en quebradas y laderas protegidas del viento.

Bajo esta visión, el páramo es un ambiente abierto por naturaleza, un ecosistema marcadamente distinto de los bosques andinos que crecen a elevaciones menores. Sin embargo, hay otra forma de ver el páramo, una donde su relación con los bosques de montaña aparece como más cercana. Tan cercana, de hecho, que es posible trazar el origen de muchas de las plantas más importantes del páramo a los bosques vecinos. Y tan cercana que, desde cierto punto de vista, el páramo se nos revela, más que como un ecosistema independiente, como una forma que asume el bosque de alta montaña en su proceso de colonizar las cimas más elevadas de los Andes.

 

Los bosques más elevados de Colombia

Amarillo (Ocotea heterochroma) centenario en el páramo
Para quienes estamos algo familiarizados con el ecosistema de páramo, ambiente de alta montaña, frío y supuestamente desprovisto de árboles, nos puede resultar novedoso descubrir que en realidad sí hay bosques en el páramo; y asombroso incluso, cuando descubrimos las dimensiones que pueden alcanzar estos bosques.

Hace algo más de dos años conocí uno de estos bosques de altura. Lo que vi me dejó boquiabierto. En Belén, Boyacá, a 3200 metros de elevación, donde uno esperaría encontrar ya los primeros matorrales y frailejones del páramo, crecía, en vez de ellos, un bosque macizo, dominado por robles (Quercus humboldtii). Para la elevación, el tamaño de los árboles era increíble: muchos robles alcanzaban casi 30 metros de altura y 1 metro de diámetro del tronco. Los troncos rectos se elevaban como columnas hacia el cielo, el follaje lejano apenas se distinguía mirando alto hacia el techo del bosque. Encenillos (Weinmannia), tunos rosos (Centronia) y suscas (Ocotea), acompañaban a los árboles gigantes en el dosel. Chusques, anturios, begonias y gesneríaceas se encargaban de adornar los pisos bajos del bosque. El susurro del viento, el lejano tintineo de un ave, la luz filtrada a través del verde follaje...todo ello contribuía a hacer de este sitio un lugar mágico. Muy diferente de la sensación expuesta que hubiera producido un páramo abierto.

El sitio donde me encontraba no era la frontera final del bosque; mirando a lo lejos, se veía cómo los robledales trepaban y trepaban por las montañas circundantes, llegando hasta la increíble elevación de 3600 metros sobre el nivel del mar.

En otras caminatas por los páramos, he encontrado evidencias del desarrollo de bosques y árboles a grandes elevaciones. En los páramos del noroccidente de Subachoque, Cundinamarca, entre 3300 y 3400 metros sobre el nivel del mar, he podido observar árboles de “amarillo” (Ocotea heterochroma) centenarios, de más de 20 metros de altura y con troncos de cerca de 90 cm de diámetro. En los páramos del municipio de Belén se encuentran bellos bosques de gruesos y retorcidos “colorados” (Polylepis quadrijuga) y “encenillos” (Weinmannia cf. microphylla) hasta 3700 metros de elevación.

El gran botánico José Cuatrecasas ya mencionaba estos bosques de altura en las cordilleras colombianas. Así, en su trabajo clásico “Aspectos de la vegetación natural de Colombia”, publicado por vez primera en 1958, reseña bosques del mismo colorado y encenillo entre 3400 y 3600 m en la Sierra Nevada del Cocuy; y otros bosques de gran elevación en el páramo de Barragán, en la cordillera Central, entre 3500 y 3600 m. Luego continúa con una frase que se me ha quedado grabada desde que la leí por primera vez: “Aunque a primera vista el límite altitudinal que he dado para el bosque andino a 3800 m, puede parecer exagerado, en realidad no lo es, pues hay evidencia de que el límite climácico del bosque ha sido aún más alto en el pasado.” Y, para sustentar esta afirmación, menciona reliquias de bosques macizos a 4000 m de altura en la Sierra Nevada del Cocuy y parches menores de bosque en la misma sierra a 4200 m. Los últimos grupos de arbolitos observados por Cuatrecasas en el páramo subían hasta 4400 metros de elevación.

 

El origen de la flora de páramo

Espeletia - un género de origen tropical
Desde el punto de vista evolutivo, la presencia de bosques en las laderas más altas no resulta tan extraña. Millones de años en el pasado, a medida que las cordilleras andinas se iban elevando, las plantas de los bosques locales iniciaron su proceso de adaptación a altitudes cada vez mayores, a ambientes cada vez más fríos. En los jóvenes Andes venezolanos, un grupo de árboles pioneros de grandes hojas, afines al actual género Carramboa, fueron transformándose gradualmente en frailejones. Otros árboles y arbustos de bosques de menor elevación que se fueron adaptando al páramo fueron los tunos del género Miconia y los bambúes del género Chusquea.

Además de ser poblados por plantas adaptadas de los bosques locales, los jóvenes páramos empezaron a ser poblados por un gran porcentaje de especies procedentes del hemisferio sur, como las mazorcas de pantano (Gunnera), encenillos (Weinmannia) y pinos romerones (Podocarpus). Al crearse el puente de tierra centroamericano, también fueron colonizados por un conjunto de especies adaptadas al frío, procedentes de Norteamérica, entre ellas los espuelos (Berberis), chochos (Lupinus) y robles (Quercus). La unión de todas estas floras ha dado origen a la flora paramuna que conocemos hoy día.

 

Avances y retrocesos

A lo largo de su historia de millones de años, los bosques de páramo han sido afectados por los intensos cambios climáticos provocados por sucesivas glaciaciones y períodos más cálidos intercalados entre ellas. Estos cambios climáticos han causado sucesivos retrocesos y avances de la vegetación boscosa de las cimas más altas de los Andes.

La megafauna mencionada en el artículo anterior también debió haber sido determinante en la distribución de los bosques de páramo. El pisoteo y ramoneo de manadas de enormes animales deben haber limitado seriamente el desarrollo del bosque durante largos períodos de la formación del páramo.

Hasta que la reciente extinción de esta megafauna, hace 10.000 años, en su efecto combinado con el fin de la última glaciación, debió haber favorecido un increíble avance de la vegetación boscosa, la cual alcanzó elevaciones notables, formando bosques macizos hasta alrededor de 4000 metros de elevación.

La lentitud de crecimiento de los árboles y la presencia de incendios naturales debieron haber mantenido, de todas formas, grandes manchones de vegetación abierta, con pajonales y frailejones. Por encima de 4000 metros de elevación los páramos eran en su mayor parte abiertos como hoy en día, pues allí el durísimo clima hacía extremadamente lentos los procesos de sucesión del bosque. De todos modos, los grupos de arbolitos más resistentes subían hasta la increíble elevación de 4400 metros. O sea, que la única franja del páramo realmente sin árboles era una estrecha franja de 400 metros, ya llegando hasta el límite inferior de las nieves, en lo que hoy en día se conoce como “superpáramo”.

 

La destrucción de los bosques

Interior del bosque de Polylepis y Weinmannia - hábitat de especies raras
¿Qué ha pasado con los bosques de alta montaña? ¿Por qué no cubren hoy la mayor parte del área del páramo? Una de las razones de mayor peso puede estar en su lentísimo desarrollo. Mientras que en zonas de clima cálido y húmedo un arbolito pionero puede tardar sólo 3 meses desde su germinación hasta alcanzar una talla de 30 cm, en climas de páramo las especies leñosas más rápidas tardan por lo menos tres o cuatro veces más tiempo desde su nacimiento hasta lograr este mismo tamaño. En climas cálidos y húmedos no es raro que un arbolito pionero ya establecido en un terreno abierto aumente hasta tres o cuatro metros de altura cada año; mientras que los arbolitos de páramo más veloces ya establecidos difícilmente ganan 50 cm cada año. Muchas de las especies más lentas crecen apenas unos pocos centímetros cada año.

Así se pregunta uno: ¿Cuánto tardarán los árboles más lentos, como aguacatillos y amarillos, en formar un bosque en medio del páramo? ¿Y cuántos años tendrán los bosques de robles gigantes que he visto en las montañas más altas? Al pensarlo, se me vienen a la mente cifras de muchos siglos...

Aquí nota uno la vulnerabilidad de estos lentísimos bosques a los cambios de clima, a los incendios naturales, a la actividad humana. Siendo que estos bosques crecen centímetro a centímetro, año tras año, basta un solo incendio (sea natural o provocado) para hacer desaparecer un bosque milenario del páramo; el claro abierto es lentamente colonizado por vegetación pionera de pajonales, luego, año tras año, por frailejones y arbustos. Los arbolitos solo volverán mucho después. Y basta con que el fuego se repita una vez cada siglo para que el bosque nunca retorne.

Antes de la llegada de los seres humanos, los incendios en el páramo debían ser más limitados y espaciados en el tiempo de lo que lo son ahora. Hasta que, desde hace algunos milenios, los páramos empezaron a tener cada vez más gente. Y con los humanos viene el fuego. Siglo tras siglo, fuegos ocasionales, causados por los seres humanos, se inician en el páramo. El proceso se acelera con la llegada de los europeos hace 5 siglos, con el aumento de la ganadería y los cultivos en las altas montañas. Uno tras otro, van cayendo los bosques del páramo, talados para leña y construcción, destruidos para abrir los campos, consumidos por las llamas. A ellos los reemplazarán plantas pioneras y pirófilas como la paja y los frailejones que dominan hoy día.

Ante esta luz, el páramo aparece como una especie de “rastrojo”, que se regenera tras la destrucción del bosque y que contribuye, muy lentamente, a que este bosque se regenere una vez más. Y vemos que este rastrojo ha sido muy favorecido en su expansión por la actividad humana. Es importante notar también que, en esta acción de transformación humana del páramo, no todo ha sido negativo. El páramo abierto resulta ser mucho más rico en especies de flora que los bosques que crecían antes. La mayor parte de las especies de plantas endémicas y amenazadas del páramo requieren de zonas abiertas, no de bosques, para existir. Es claro, de todas formas, que la vegetación del páramo abierto sólo soporta niveles suaves de presión; si el pastoreo sigue aumentando, si la frecuencia de los incendios sube, incluso esta flora resistente de zonas abiertas desaparecerá.

Sigue siendo muy importante conservar los pocos bosques de páramo que han sobrevivido, incluso buscar su ampliación. Al igual que otros hábitats que encontramos en el páramo, estos bosques tienen una gran importancia para la conservación del agua. Muchas especies de plantas de alta montaña son asimismo exclusivas de estos bosques. Y estos bosques son un hábitat esencial para muchas especies de fauna, sobre todo aves, que en su mayoría no pueden sobrevivir en el páramo abierto...necesitan de los colorados, los encenillos y los robles para continuar con una historia cuyos dramas vienen de milenios pasados, para poder pasarla a las generaciones futuras.

2 comentarios:

  1. Hola, actualmente vengo realizando una consultoria en el paramo de Belén (PNR Pan de Azucar el Consuelo) con la especie de Colorados y la avifauna asociada a ellos, me parecio muy buena su descripcion, si en el futuro a pensado realizar una entrada de esta especie y su importancia ecológica cuente con mi ayuda, y tambien me gustaria invitarlo a la socialización de resultados, lacual aun no ha sido programada.

    Posdata, sabe si existe alguna existe una estrategia deconservacion de tales bosques, adémas de la jurisprudencia colombiana?

    ResponderEliminar
  2. Buenas, me encantaría poder ponerme en contacto con usted estoy muy interesado en la restauración ecológica, gracias

    ResponderEliminar