jueves, 24 de octubre de 2013

Las hierbas silvestres de Bogotá

El mundo de lo espontáneo

Symphyotrichum subulatum - Nativa
En la ciudad, las hierbas silvestres (las así llamadas “malezas”) están siempre a nuestro lado. En las grietas del pavimento, en las orillas de las calles, encima de los andenes y en lo alto de los muros. Usualmente las ignoramos y, sin darnos cuenta, hasta las pisamos. A ellas les da igual: allí siguen, fuertes, prolíficas, aguantando el intenso sol, la sequía, los aguaceros, la contaminación, el peso de los transeúntes... A veces reparamos en su presencia, quizás atraídos por el surgimiento de una flor especialmente vistosa, quizás por su excesiva proliferación en un sitio particular. El interés suele ser pasajero y pronto continuamos nuestro camino, volviendo a dejar de lado a estas ubicuas plantas, que desaparecen de nuestra atención, convirtiéndose en una parte más del paisaje. A cualquier persona interesada en la naturaleza, bien le serviría dedicar un poco más de energía a la observación de estas hierbas silvestres. Su mundo, desde que nacen de una pequeña semilla hasta que mueren marchitas o arrancadas, está tan lleno de acontecimientos y dramas como cualquier otro. Y sus historias de vida revelan datos tan interesantes como los que podemos encontrar en la flora de cualquier bosque o de cualquier otro ecosistema natural alejado de la ciudad.

 

Flores atractivas, plantas diminutas

Diente de león (Taraxacum officinale) - Exótica
Recorriendo las calles de Bogotá desde que era un niño, he venido conociendo el pequeño mundo de sus hierbas silvestres. Más de una vez me he agachado para mirar una plantica diminuta, para descubrir un pasto diferente, para sorprenderme con una flor que no había visto antes. Así, he llegado a saber que la flora de hierbas espontáneas que surgen en Bogotá está compuesta por más de 200 especies diferentes. Si queremos descubrirlas tenemos que buscar por todas partes: en los prados podados y sin podar; dentro de alcantarillas que tienen la tapa rota; en paredes y muros húmedos; en las vías férreas; entre la tierra negra de los jardines; sobre los tejados de casas viejas. Algunas hierbas son tan vistosas que son muy fáciles de descubrir: el diente de león (Taraxacum officinale), con sus atractivas flores amarillas, puede ser la hierba silvestre más conocida de la ciudad. También resultan comunes y vistosos los carretones o tréboles (Trifolium pratense, T. repens) con sus flores blancas y moradas que decoran los prados. Muchas otras hierbas pasan desapercibidas por ser poco vistosas (por ejemplo, casi todos los pastos). Algunas no se las descubre por ser diminutas: así es como casi nadie se percata de la presencia de las especies de Sagina, que se levantan apenas unos pocos milímetros entre las grietas del suelo.  La Nierembergia repens, uno de los miembros más diminutos de la familia de la papa y los borracheros (solanáceas), es otro buen ejemplo: sus hojas apenas alcanzan 1 cm de longitud y la planta, apretada contra el suelo, es casi invisible temprano en las mañanas y hacia el atardecer; sólo entre las 9 am y las 3 pm, que es cuando sus flores se abren, puede llegar a atrapar nuestra atención, si estamos mirando al piso. ¡Toda una prueba para nuestra capacidad de observación! 

 

La supervivencia de lo nativo

Nierembergia repens - Nativa
Muchas de las hierbas silvestres más comunes resultan ser especies exóticas, nativas de otros continentes y ahora naturalizadas en Colombia. Por ejemplo, el pasto kikuyo (Pennisetum clandestinum), el más común de nuestros pastos formadores de prados, es africano. El diente de león, los tréboles y muchas otras hierbas urbanas son de origen europeo. Pero las nativas también son comunes. Muchas especies autóctonas, que originalmente debieron haber crecido en los campos de cultivo indígenas y en las zonas más secas del altiplano, han podido sobrevivir y prosperar en la ciudad. Su especialización para crecer en hábitats marginales, secos y con poca capa vegetal, las ha salvado de la competencia de malezas introducidas (como el kikuyo) que han invadido suelos más fértiles. Entre estas hierbas nativas se cuentan el chisgo (Lepidium bipinnatifidum), la pequeña margarita (Symphyotrichum subulatum) y la cótula (Cotula australis). Tan interesante como esta supervivencia de hierbas de zonas secas, es la presencia de especies que antiguamente poblaron los bosques nativos (ya desaparecidos) que había en donde ahora está plantada la ciudad. Así, en algunos rincones poco tocados, aparece una orquídea, la única orquídea realmente urbana y silvestre de Bogotá: el Cyclopogon elatus, de florecitas blancas. Podemos encontrar esta orquídea en el suelo en algunos jardines (sobre todo al lado de raíces de árboles, en sitios poco fértiles), encima de muros de piedra y sobre viejos tejados de teja española. Esta orquídea, al lado de algunos helechos y de arbustos como el chilco (Baccharis latifolia) puede ser el último rastro de la vegetación original de la región que todavía crece silvestre en la ciudad.

La pequeña orquídea Cyclopogon elatus - Nativa

domingo, 13 de octubre de 2013

Una guía para restaurar los ecosistemas de Colombia – El piedemonte llanero sur

Piedemonte llanero - Paratebueno, Cundinamarca
Si usted es un propietario de una finca o un conservacionista que quiere emprender un proyecto de restauración de la vegetación y de la fauna silvestre, es un buen punto iniciar conociendo su área. Antes de restaurar algo, hay que preguntarse: ¿Cómo eran los antiguos ecosistemas que había en esta región? ¿Qué especies de plantas y animales vivían aquí? ¿Cuáles siguen existiendo todavía? ¿Cuáles son las especies endémicas (exclusivas) de la región? ¿Cuáles especies están más amenazadas de extinción? Si voy a iniciar la creación de corredores de bosque en un terreno completamente despejado ¿cuáles son las especies de flora más adecuadas que debería plantar?

Colombia es un país tan variado que la respuesta a cada una de estas preguntas es diferente dependiendo de la región. Aquí continuamos con una serie de artículos que traen la información básica para cada una de estas áreas.

 

El piedemonte llanero

Raíces de araco (Socratea) en el interior de la selva
En la Orinoquía colombiana, el piedemonte llanero es la franja más cercana a la cordillera Oriental de los Andes, donde la planicie se encuentra con la montaña. Aquí, en forma más específica, nos vamos a referir al piedemonte de los departamentos de Boyacá, Cundinamarca y Meta, incluyendo bajo este nombre las laderas bajas de las montañas y la franja adyacente de planicies que se extiende unos 50 km llano adentro, alejándose de la base de la cordillera (medida a 500 metros sobre el nivel del mar). Esta región, como aquí la tomamos, abarca un rango altitudinal que va desde algo menos de 200 metros hasta 1000 metros sobre el nivel del mar. El clima es muy lluvioso, con precipitaciones superiores a 3000 mm por año (en partes se llegan a superar los 5000 mm). Las zonas de vida predominantes, según la clasificación de Holdridge, son el Bosque húmedo tropical y el Bosque muy húmedo tropical. La región estaba originalmente cubierta por densas selvas, de composición muy similar a las de la Amazonía. En la actualidad, gran parte de estas selvas han sido taladas, abriendo espacio para potreros y cultivos, incluyendo extensos monocultivos de palma africana y arroz. La explotación petrolera ha sido intensa en partes de esta región, trayendo consigo el habitual desarrollo, que, desafortunadamente, también suele significar aumento de la colonización, fragmentación y pérdida de bosques, y contaminación de suelos, aire y agua. Con todo, queda mucho por rescatar. Los corredores de bosque siguen siendo muy comunes a lo largo de ríos y caños, incluso al lado de zonas pobladas. Terrenos degradados siguen teniendo aún hoy una gran capacidad de regeneración natural, por lo cual es posible volver a recuperar bosques naturales en una forma rápida y económica. Y es posible imaginar un desarrollo ordenado de la región, donde los cultivos, potreros, zonas urbanas e industriales alternen con corredores biológicos bien planeados, conocidos por todos, que sigan manteniendo el enorme potencial biológico de la región.

Biodiversidad

Mono ardilla o "tití" (Saimiri sciureus)
La biodiversidad de la región es muy elevada. Se puede estimar la presencia de unas 150 especies de mamíferos, 600 especies de aves, cerca de 100 especies de reptiles, unas 50 especies de anfibios, más de 500 especies de peces y unas 3000 especies de plantas vasculares. A modo de comparación, Francia, que cubre un área casi 45 veces mayor que la región sur del piedemonte llanero, tiene registros de casi 140 especies de mamíferos, más de 540 especies de aves, 40 especies de reptiles, 34 especies de anfibios, 69 especies de peces de agua dulce y 4900 especies de plantas vasculares nativas.

 

Endemismo

En comparación con otras regiones del país, el piedemonte llanero alberga relativamente pocas especies endémicas. Casi todas sus plantas y animales están ampliamente extendidas, especialmente hacia la cuenca amazónica y hacia Venezuela. Con todo, hay algunas especies exclusivas, que viven sólo en Colombia y no se encuentran en ningún otro lado del mundo. Éstas son las especies prioritarias para la conservación. Si la gente de la región no las cuida ¿quién más en el mundo podrá hacerlo?

Entre los mamíferos endémicos se cuentan el mico de noche (Aotus brumbacki) y el mico tocón (Callicebus ornatus). No se registran aves endémicas. Entre los reptiles endémicos están las serpientes Atractus punctiventris, Liotyphlops anops y la coral Micrurus medemi. Entre los anfibios endémicos están las ranas saltonas (Allobates juanii, A. ranoides) y la rana de lluvia (Pristimantis medemi).

Entre las plantas endémicas se cuentan la Begonia hydrophylloides, el quiche Vriesea ospinae, el yopo (Mimosa trianae) y las orquídeas Cattleya schroederae y Restrepia metae.

 

¿Cuáles son las especies más amenazadas?

Oso palmero (Myrmecophaga tridactyla) - M. Thyssen - 2005
En la región hay 15 especies de mamíferos que han sido catalogados como amenazados. Ellos son el oso palmero (Myrmecophaga tridactyla, VU), ocarro o armadillo gigante (Priodontes maximus, EN), murciélago espectral (Vampyrum spectrum, NT), mico de noche (Aotus brumbacki, VU), mico tocón (Callicebus ornatus, VU), mono araña o marimonda (Ateles belzebuth, EN), churuco (Lagothrix lugens, CR), danta (Tapirus terrestris, VU), cajuche o pecarí (Tayassu pecari, VU), nutria (Lontra longicaudis, VU), oso de anteojos (Tremarctos ornatus, VU), “tigre” o jaguar (Panthera onca, NT), “león” o puma (Puma concolor, NT y tigrillos (Leopardus pardalis, NT, L. wiedii, NT). Varias de estas especies ya están prácticamente extinguidas a nivel local, sobre todo la danta, el cajuche, el churuco y el mono araña.

Entre las aves amenazadas se cuentan la pava negra (Aburria aburri, NT), águila moñuda (Morphnus guianensis, NT), águila arpía (Harpia harpyja, NT), periquito alipunteado (Touit stictopterus, VU), pibí boreal (Contopus cooperi, VU) y reinita cerúlea (Dendroica cerulea, VU). Hay otras especies que, por su amplio rango de distribución, no han sido catalogadas como amenazadas a nivel global o nacional, pero que, sin embargo, sí están desapareciendo localmente. Es así como en la región ya están prácticamente extinguidos los paujiles (Crax alector, Mitu tomentosum) y el tente (Psophia crepitans).

El área de distribución del caimán llanero (Crocodylus intermedius, CR) debió penetrar marginalmente esta región, pero las poblaciones silvestres de esta especie ya han desaparecido del área, víctimas de la cacería.

Entre los anfibios amenazados destacan las ranas saltonas (Allobates juanii, CR, A. ranoides, EN).

Entre las especies de flora amenazadas se cuentan la Begonia hydrophylloides (VU), Pitcairnia macarenensis (NT), el quiche (Vriesea ospinae, VU), el zarcillejo (Siphocampylus planchonis, VU), el cedro (Cedrela odorata, EN) y algunas orquídeas (Cattleya schroderae, VU, Coryanthes macrantha, NT, Lycaste macrophylla, NT, Masdevallia sanctae-fidei, NT, Restrepia metae, VU).

Es muy importante conocer y proteger estas especies. Conservarlas significa usualmente conservar su hábitat; si esto se logra hacer exitosamente, se pueden llegar a salvar centenares de otras especies de plantas y de animales que comparten su hogar con las especies amenazadas.

 

¿Cuál era la flora de los antiguos bosques?

Platypodium elegans
Aquí damos una muestra de las especies cuya presencia y abundancia indican bosques de edad avanzada. Entre sus árboles se encuentran varias de las mejores maderas de la región y muchas especies amenazadas. Para propagar estas especies hay que plantarlas en lugares donde se den dos condiciones: que haya sombra de otras plantas y que el suelo esté cubierto de hojarasca (no de pasto).

ÁRBOLES: Cabo de hacha (Aspidosperma excelsum), animes (Protium spp.), gaques (Clusia spp.), macano o mosco (Terminalia amazonia), cacay (Caryodendron orinocense), aceite (Copaifera pubiflora), cabo de hacha (Platypodium elegans), guacamayo (Apuleia leiocarpa), peonío (Ormosia amazonica), turmemono (Andira taurotesticulata), laureles (Aniba guianensis, A. panurensis, Ocotea cernua, O. longifolia, etc.), copita (Eschweilera bracteosa), fara (Gustavia superba), cedro (Cedrela odorata), mamito (Iryanthera laevis), Iryanthera ulei, cuajo (Virola elongata), guáimaros (Brosimum lactescens, B. utile), leche (Pseudolmedia laevis), cuyubí (Minquartia guianensis), caimo (Pouteria caimito). PALMOIDES: Araco, chuapo (Socratea exorrhiza), corneto (Iriartea deltoidea), cucurita o güichire (Attalea maripa), yagua (Attalea insignis), sarare (Syagrus sancona), seje o milpesos (Oenocarpus bataua), pusuy (Oenocarpus minor), cumare (Astrocaryum chambira), mararay (Aiphanes horrida), chontaduro (Bactris gasipaes), cubarros (Bactris corosilla, B. maraja, B. setulosa), molinillos (Chamaedorea linearis, C. pinnatifrons), guagualín o chontilla (Hyospathe elegans), palmillas o sampablos (Geonoma brongniartii, G. deversa, G. interrupta). ARBUSTOS: Cordia nodosa, ajicitos, cocas de monte (Erythroxylum spp.), Clavija ornata, cafetos de monte (Palicourea, Psychotria). HIERBAS: Helechos (Adiantum, Tectaria, Thelypteris), aráceas (Dieffenbachia, Dracontium spruceanum), tijereta (Cyclanthus bipartitus). EPÍFITAS: Anturios (Anthurium eminens, Anthurium spp.), Monstera spp, Philodendron spp., cardos, quiches (Aechmea, Tillandsia, Vriesea), cactus cola de caimán (Epiphyllum phyllanthus), orquídeas (Catasetum, Cattleya, Coryanthes, Epidendrum, Sobralia, etc.), helechos (Phlebodium, Serpocaulon, Campyloneurum, etc.)

 

¿Cuáles especies plantar?

Heliconia psittacorum
Las especies mencionadas en el párrafo anterior suelen ser inadecuadas para repoblar con vegetación nativa un terreno completamente abierto, ya que, cuando son juveniles, no resisten una plena exposición al sol, al viento y a la lluvia. En cambio, hay una serie de especies de plantas pioneras muy bien adaptadas a la plena exposición y que crecen rápidamente. Éstas son las especies ideales para iniciar la restauración de un bosque variado y lleno de biodiversidad. Cuando ya son grandes (a los 10 o 20 años), se van estableciendo bajo su sombra especies más lentas, propias de una vegetación más madura. Entre las principales pioneras de la región se cuentan:

ÁRBOLES: Malagüeto (Xylopia aromatica), tortolito (Schefflera morototoni), cenizo (Piptocoma discolor), gualanday (Jacaranda obtusifolia), pavito (Jacaranda copaia), patezamuro (Cordia alliodora), nigüito o zurrumbo (Trema micrantha), balso (Ochroma pyramidale), lechero (Sapium glandulosum), guamos (Inga spp.), jero hojimenudo (Acacia polyphylla), yopo (Mimosa trianae), lacres o lanzos (Vismia guianensis, V. macrophylla, etc.), tunos (Miconia centrodesma, M. dolychorrhyncha, M. elata, etc.), guayabo (Psidium guajava), varasanta (Triplaris americana), cucharo (Myrsine sp.), parapara o jaboncillo (Sapindus saponaria), yarumos (Cecropia engleriana, C. sciadophylla). BAMBUSOIDES: Guadua o guafa (Guadua angustifolia). ARBUSTOS: Indio viejo (Vernonanthura brasiliana), Acalypha diversifolia, mortiños (Clidemia spp.), tunos (Miconia albicans, M. rufescens, etc.), cordoncillos (Piper aduncum, Piper spp.), ortigas, pringamozas (Urera baccifera, U. caracasana). HIERBAS: Tabaquillo (Eirmocephala brachiata), bijaos (Calathea lutea, C. spp.), cañagrias (Costus spp.), iraca (Carludovica palmata), platanillos, heliconias (Heliconia acuminata, H. bihai, H. episcopalis, H. hirsuta, H. latispatha, H. marginata, H. osaensis, H. psittacorum, H. scarlatina, H. stricta), terriago (Phenakospermum guyannense), conopio (Renealmia alpinia).

Tuno (Miconia elata)
Otros árboles que resultan adecuados para plantar en un sitio abierto son el jobo (Spondias mombin), manteco o chispiador (Tapirira guianensis), anón (Rollinia edulis), táparo o totumo (Crescentia cujete), araguaney (Tabebuia chrysantha), cañaguate (Tabebuia ochracea), achote de monte (Bixa urucurana), indio desnudo (Bursera simaruba), ajicito (Erythroxylum sp.), carcomos (Alchornea spp.), jabillo o ceiba de leche (Hura crepitans), algarrobo (Hymenaea courbaril), bucare o cámbulo (Erythrina poeppigiana), cañafístulo (Cassia moschata), cañaflote (Cassia grandis), caracaro u orejero (Enterolobium cyclocarpum), matarratón (Gliricidia sepium), samán (Samanea saman), taray (Platymiscium pinnatum), guarataro o nocuito (Vitex orinocensis), laurel (Nectandra membranacea), peralejo montañero (Byrsonima crispa), ceiba (Ceiba pentandra), guácimo (Guazuma ulmifolia), peine de mono o galleta (Apeiba aspera), níspero (Bellucia grossularioides), trompillo (Guarea guidonia), matapalos e higuerones (Ficus spp.), arrayanes (Myrcia spp.), champe (Campomanesia lineatifolia), chaparro montañero (Hieronyma alchorneoides), caruto o jagua (Genipa americana), crestegallo (Warszewiczia coccinea), hueso (Hasseltia floribunda), guacharaco o rabo de pavo (Cupania americana), mamoncillo (Melicoccus bijugatus), caimo (Chrysophyllum argenteum), caimarón (Pourouma cecropiifolia) y saladillo blanco (Vochysia lehmannii).

En sitios con mal drenaje y zonas inundables son especialmente recomendables el moriche (Mauritia flexuosa), cubarro (Bactris brongniartii), manaca (Euterpe precatoria), anauco o búcaro (Erythrina fusca), muco o maraco (Couroupita guianensis) y cuajo (Virola carinata).

sábado, 5 de octubre de 2013

De cauchos, muros, frutos y avispas...relaciones de vida dentro de una ciudad

Cauchos por (casi) toda Colombia

Caucho sabanero (Ficus americana) en Bogotá
Hay un árbol en Bogotá que, por su carácter silvestre, me llama la atención como ningún otro. Se trata del caucho sabanero (Ficus americana). Es un árbol que se cultiva en la ciudad hace por lo menos 100 años, pero que, hay que reconocerlo, no es nativo precisamente de la Sabana. La especie tiene una distribución muy amplia en Colombia y se extiende naturalmente desde La Guajira hasta el Amazonas, desde el Pacífico hasta los Llanos Orientales, desde el nivel del mar hasta 2500 metros de elevación (y algo más arriba, cuando es cultivado). En cercanías de Bogotá, sus poblaciones silvestres más cercanas se encuentran bajando por las vertientes occidentales de la cordillera, en sitios como Zipacón, La Vega y San Francisco. Debido a su variabilidad y a su distribución tan amplia, el caucho sabanero ha recibido diversos nombres en el pasado, entre ellos Ficus soatensis y Ficus andicola. Viejos ejemplares, con copas que se extienden como amplios parasoles, pueden observarse en sitios como el Museo Nacional y el parque del Chicó.

 

Frutos sin madurar

Hojas de caucho sabanero
Recuerdo que, cuando yo era un niño, me la pasaba metido debajo de los árboles, mirando hacia arriba, buscando dentro del follaje las siluetas móviles de aves migratorias. Y me gustaba saber el nombre de los diferentes árboles, recoger sus hojas y sus frutos. Por eso recuerdo muy bien que los cauchos sabaneros, por allá por 1990, no producían frutas maduras en Bogotá. De sus ramas caían al suelo bolitas cafés, duras y sin desarrollar. Más adelante supe que el caucho sabanero y todos los demás árboles del género Ficus requieren la presencia de diminutas avispas agaónidas, cuya talla apenas alcanza unos pocos milímetros y que son las únicas que pueden introducirse dentro del receptáculo que guarda las flores (el “sicono”) para llevar a cabo la polinización. Pues bien, en la Bogotá de 1990 había todavía muy pocos ejemplares de caucho sabanero en la ciudad, todos ellos plantados, sus semillas traídas de otras regiones del país, los ejemplares dispersos. Esta población de árboles tan incipiente no debía todavía funcionar como albergue para las avispas polinizadoras, por lo que prácticamente no se desarrollaba fruto alguno.

La aparición de los frutos maduros

Joven caucho plantado en la ciudad
La situación empezó a cambiar ya cerca del año 2000, cuando se inició en Bogotá, por primera vez en su historia, una plantación masiva de especies nativas. Entre los árboles que más se propagaron estaba el caucho sabanero. Ahora la ciudad ya no tenía sólo unas pocas decenas de estos árboles, sino que su población fue aumentada en miles de ejemplares (el censo actual de árboles de la ciudad indica que hay más de 25.000 individuos de esta especie creciendo en el área urbana). Como el caucho sabanero es una especie de rápido crecimiento, estos nuevos ejemplares empezaron a florecer a los pocos años de haber sido plantados. Y aquí empezó el milagro. Cada vez más frutos empezaron a desarrollarse, a crecer, a adquirir una piel rojiza y una textura blanda. Es claro que, con tantos árboles ahora disponibles, las diminutas avispas polinizadoras por fin habían establecido poblaciones estables en Bogotá. ¿Cómo habrá sido la llegada de estas diminutas avispas a la ciudad? ¿De dónde habrán llegado? ¿Qué rutas habrán seguido? ¡Misterios que hay por resolver!

La invasión de los pequeños cauchos

Plántula de caucho sabanero en un muro
En la ciudad, los cauchos sabaneros están demostrando poseer muchas de las características que también exhiben en su medio natural. Empezando por el valor de sus frutos para la fauna silvestre. Las especies de Ficus producen cosechas a lo largo de todo el año y sus frutas son de las más apreciadas por aves y mamíferos silvestres. Desde que los cauchos sabaneros han empezado a fructificar en abundancia en Bogotá, se han convertido en una fuente de alimento favorita de mirlas (Turdus fuscater) y azulejos (Thraupis spp.) Ahora, las aves están ayudando a dispersar las semillas junto con sus excrementos. Y, gracias a su ayuda, el caucho está mostrando lo que verdaderamente es en la naturaleza: un árbol estrangulador. Los estranguladores son árboles que crecen encima de otros árboles (o a veces sobre el musgo de las piedras); desde ahí van lanzando raíces al suelo, abrazando con fuerza cada vez mayor a su anfitrión, cubriéndolo con su follaje, hasta que su árbol soporte muere (un proceso largo y lento, que tarda décadas); en su lugar queda un enorme caucho reemplazado al árbol estrangulado.

Caucho sabanero creciendo sobre una palma fénix
En los últimos 5 a 10 años, Bogotá ha comenzado a ser invadida por pequeños cauchos que están naciendo espontáneamente sobre los muros, en grietas del pavimento, dentro de alcantarillas y sobre palmas fénix (Phoenix canariensis).

Ahora se los desyerba para mantenerlos a raya. Pero puedo imaginar lo que ocurriría si los bogotanos nos extinguiéramos y dejáramos detrás una ciudad desocupada: los cauchos tomarían ventaja y descolgarían sus raíces desde muros y edificios, creando un mundo donde las ruinas se perderían dentro de la maraña del bosque.

¡Todo este potencial, guardado en su milimétrica semilla! Todo este potencial transportado por las aves, que comieron los frutos y dispersaron estas semillas. Todo este potencial, despertado por avispas diminutas, que polinizaron los frutos e hicieron viables estas semillas. ¿Habrán imaginado las primeras personas que plantaron los primeros cauchos en la Sabana de Bogotá, la cadena de eventos que estaban empezando a originar?