lunes, 7 de diciembre de 2015

Una guía para restaurar los ecosistemas de Colombia - Introducción

Bosque secundario con una gran variedad de especies
Cada vez hay más conciencia de la necesidad de no sólo conservar las áreas naturales más intactas, sino también de recuperar, de restaurar los ambientes que ya han sido degradados. Esta restauración ecológica busca devolverles a las regiones al menos parte de los servicios que se han perdido y que pueden prestar los ecosistemas bien conservados, como el aprovisionamiento de agua, la cobertura vegetal que sostiene las laderas y previene los deslizamientos y la coexistencia con una amplísima gama de animales, plantas y otros organismos que nos acompañan, alegran nuestras vidas con sus sonidos y movimientos, ejercen control de plagas, ayudan a la polinización de los cultivos y nos ofrecen recursos como alimentos, fibras, combustibles, materiales para construcción, medicinas, especies ornamentales, etc.

El punto clave es la biodiversidad. No estamos hablando de recuperar sólo una función, por ejemplo de plantar una sola especie de árbol que sea la más grande y la más rápida creciendo para que capte la mayor cantidad de carbono de la atmósfera en el menor tiempo posible. No estamos hablando de reforestar en gran escala con una o unas pocas especies maderables, dejando de lado e incluso “limpiando” los matorrales, los bejucos y el resto de la vegetación espontánea. Y no estamos hablando de aplicar una receta única que sirva para todo el país. Colombia abarca un territorio tan variado que lo que funciona para restaurar una región puede no servir para otra.

Cobertura de las áreas del país tratadas en esta serie
Esta serie de artículos, que aparecerán publicados en los meses que siguen, señala las 16 áreas del país donde es más urgente emprender labores de restauración ecológica. Estas áreas incluyen las regiones más pobladas y desarrolladas y, por tanto, las que mayor degradación ambiental han sufrido; específicamente, abarcan toda la región Caribe y andina de Colombia, así como la región del Magdalena Medio y el piedemonte oriental de la cordillera.

Cada una de estas áreas tiene unas condiciones geográficas y climáticas propias, una historia evolutiva particular y un conjunto de especies exclusivas (endémicas) que la vuelven única en el mundo y que dan importantes señales de cuáles son las mejores técnicas y especies que deberían usarse para su restauración. La serie de 16 artículos busca responder las preguntas claves sobre cada una de las áreas, plasmadas en el siguiente párrafo escrito para versiones anteriores de esta “Guía para restaurar los ecosistemas de Colombia”:

“Si usted es un propietario de una finca o un conservacionista que quiere emprender un proyecto de restauración de los bosques y de la fauna silvestre, es un buen punto iniciar conociendo su área. Antes de restaurar algo, hay que preguntarse: ¿Cómo eran los antiguos ecosistemas que había en esta región? ¿Qué especies de plantas y animales vivían aquí? ¿Cuáles siguen existiendo todavía? ¿Cuáles son las especies endémicas (exclusivas) de la región? ¿Cuáles especies están más amenazadas de extinción? Si voy a iniciar la creación de corredores de bosque en un terreno completamente despejado ¿cuáles son las especies de flora más adecuadas que debería plantar?”

Esta guía se concentra entonces, entre los muchos otros temas que abarca el campo de la restauración ecológica, en la base natural, en las especies para la restauración. Nuestra visión: que en un futuro no tan lejano, las labores de restauración ecológica que requieran revegetalización se realicen teniendo en cuenta las especies locales. Que se valore la regeneración natural. Que se trabaje plantando una mayor variedad de formas de vida, no sólo árboles, sino también reintroduciendo trepadoras, epífitas, hierbas y arbustos. Que no nos demos por satisfechos con una restauración que consista sólo en plantar masivamente 10 o 20 especies nativas; más bien, esperamos que el estándar un día sea trabajar con conjuntos de 200 a 300 especies vegetales en cada área de restauración. Y que las especies escogidas para cada conjunto incluyan árboles de diferentes etapas de sucesión del bosque, trepadoras claves como plantas nutricias de las orugas de mariposas, lianas preferidas como fuentes de néctar por abejas silvestres, bromeliáceas que den refugio a ranas e invertebrados, arbustos que generen cobertura y sitio de anidación para aves en la sombra del sotobosque.

Las experiencias sobre propagación de un gran porcentaje de estas especies ya están en curso. En los años que vienen tengo la intención de ir publicando datos sobre requerimientos ecológicos, propagación y usos en restauración ecológica de las 300 especies con las que he trabajado hasta el momento, así como de otros cientos de especies adicionales propias de todos los climas del país.

martes, 1 de diciembre de 2015

Las fuerzas detrás del páramo. Parte 4: Los seres humanos

Homo sapiens - habitante actual de los altos Andes
Los páramos, esos ambientes de alta montaña tan característicos de Colombia, deben su formación al levantamiento de las cordilleras andinas, muy reciente en términos geológicos. Como factores predominantes en su génesis se han mencionado el duro clima y las adaptaciones que plantas y animales han tenido que pasar para poder sobrevivir en el techo de las montañas tropicales. Insolados durante el día, congelados durante la noche, los organismos de los páramos han desarrollado formas y estrategias de vida tan particulares que ahora resultan características de todo el ecosistema, como la forma de crecimiento en roseta de los frailejones y otras plantas de altura.

Con todo, hay otros factores menos conocidos que han contribuido a darle al páramo diversas formas a lo largo de toda su historia. El páramo no ha sido siempre el mismo; para conocer este ecosistema, tenemos que mirarlo en su totalidad, no sólo durante los últimos 500 años desde el “descubrimiento” de América por parte de los europeos, sino desde su origen y recorrido a través de millones de años.

En esta serie de cuatro artículos mencionamos cuatro fuerzas naturales que han formado los páramos a lo largo de toda su historia: la megafauna; los bosques; el fuego; y los seres humanos. Tradicionalmente, el papel que todas estas cuatro fuerzas naturales han tenido en la formación de los páramos ha sido subestimado. Aquí podremos ver cómo es necesario entenderlas y darles su valor adecuado, para poder comprender los páramos actuales y poder dirigir las labores para su conservación.

 

Tres fuerzas...y una más

En los tres artículos anteriores hemos visto como el páramo ha sido moldeado en forma determinante por tres fuerzas naturales. Los grandes animales, conocidos como megafauna, pisotearon durante millones de años sus suelos, consumieron su vegetación, abonaron sus tierras y, en general, mantuvieron amplias áreas abiertas con su actividad. Los bosques dieron origen a muchas de las plantas importantes en los páramos actuales y, de hecho, hasta hace unos pocos milenios cubrieron las laderas más altas, hasta casi 4400 metros de elevación. El fuego ha quemado estos bosques en forma intermitente a lo largo de toda la historia evolutiva del páramo, y ha configurado en forma decisiva su composición de especies, favoreciendo a las gramíneas y a ciertos arbustos y plantas arrosetadas que dominan en la actualidad.

Detrás de las tres fuerzas mencionadas vemos una cuarta que ha alterado en forma determinante a todas las demás. Esta fuerza somos nosotros, los seres humanos, junto con todos los efectos que tiene nuestra actividad en la naturaleza. La fuerza de la actividad humana ha sido tan marcada que ahora podemos intuir que la historia de los páramos hubiera sido otra completamente distinta si nuestra especie no hubiera llegado a este ecosistema. Tan marcada que podemos decir que los páramos actuales, lejos de ser ecosistemas prístinos o “intactos”, han sido creados, en buena parte, por los seres humanos.

 

Páramos abiertos, páramos cerrados, páramos abiertos de nuevo...

Entre la niebla, la nueva megafauna del páramo
Los cambios climáticos y las consiguientes fluctuaciones que estos han causado en la distribución y el área de los ecosistemas pueden explicar ciertos aumentos o disminuciones en las poblaciones de megafauna en todo el planeta. Pero en sí solos estos cambios son insuficientes para explicar el colapso mundial, en diferentes períodos, de la mayor parte de la megafauna reciente. Cada año que pasa se reúne más y más evidencia de que fuimos nosotros, los seres humanos, quienes dimos el golpe de gracia a las poblaciones de megafauna en todo el planeta. Miles de años de cacería artesanal fueron suficientes para acabar con los “elefantes” colombianos (los gonfoterios), con nuestros caballos salvajes, con los perezosos gigantes. Con esta extinción, el páramo sufrió un primer gran cambio: libre de la actividad de estos enormes herbívoros, la vegetación boscosa pudo crecer exuberante, pudo cubrir territorios cada vez más amplios.

El aumento de la población y la presencia de civilizaciones cada vez más desarrolladas han exacerbado ahora la tercera fuerza. El fuego siempre ha estado allí, desde los tiempos de la megafauna. Pero ahora, gracias a nosotros, se ha vuelto cada vez más fuerte, cada vez más recurrente. Gracias a nosotros, el bosque pudo extenderse con pocas limitaciones por todas las montañas. Ahora, gracias a nosotros, este mismo bosque fue pasto de las llamas. El páramo quedó abierto de nuevo, dominado por plantas resistentes al fuego, pero vacío de grandes animales. Un vacío que llenamos con vacas traídas recientemente de Europa. Ahora la ganadería en los páramos está continuando los cambios en este ecosistema, simplificando su vegetación, llenándola de especies exóticas, favoreciendo las hierbas resistentes al pisoteo.

 

El devenir del páramo

Venado de cola blanca - símbolo de conservación del páramo de hoy
Los cambios seguirán ocurriendo, de nuestra mano o sin ella. Pero, mientras dependa de nosotros, podemos preguntarnos: ¿qué tipo de cambios son razonables en el páramo? ¿Hacia dónde queremos llevar este ecosistema? Ya no podemos volver a hacer que en un mismo sitio convivan, como lo hicieron en el pasado, los frailejones, encenillos y cóndores con enormes gonfoterios y perezosos gigantes. ¿Queremos ahora acabar, para que tampoco regresen nunca, con el oso de anteojos, el puma, los venados y las dantas? ¿Queremos quemar hasta el último bosque milenario de alta montaña? ¿O quizás, no queremos destruir, pero no somos capaces de encontrar la manera de parar la destrucción? ¿Y, si podemos, cómo queremos conservar? ¿Queremos que el páramo quede “intacto” (aunque nunca lo haya estado)? ¿O podremos encontrar formas nuevas de conservación, más creativas, más realistas, que reconozcan oficialmente a los seres humanos y a sus actividades como parte de un sistema?

Como un elemento más para pensar estas preguntas y encontrar posibles respuestas, está el conocimiento de la historia del páramo. Cómo lo dijimos arriba, no la historia de los últimos 500 años, sino la historia de los miles, millones de años que el páramo lleva en evolución.

lunes, 30 de noviembre de 2015

Las fuerzas detrás del páramo. Parte 3: El fuego

Cuando el fuego no aparece, el páramo se va transformando en bosque...
Los páramos, esos ambientes de alta montaña tan característicos de Colombia, deben su formación al levantamiento de las cordilleras andinas, muy reciente en términos geológicos. Como factores predominantes en su génesis se han mencionado el duro clima y las adaptaciones que plantas y animales han tenido que pasar para poder sobrevivir en el techo de las montañas tropicales. Insolados durante el día, congelados durante la noche, los organismos de los páramos han desarrollado formas y estrategias de vida tan particulares que ahora resultan características de todo el ecosistema, como la forma de crecimiento en roseta de los frailejones y otras plantas de altura.

Con todo, hay otros factores menos conocidos que han contribuido a darle al páramo diversas formas a lo largo de toda su historia. El páramo no ha sido siempre el mismo; para conocer este ecosistema, tenemos que mirarlo en su totalidad, no sólo durante los últimos 500 años desde el “descubrimiento” de América por parte de los europeos, sino desde su origen y recorrido a través de millones de años.

En esta serie de cuatro artículos mencionamos cuatro fuerzas naturales que han formado los páramos a lo largo de toda su historia: la megafauna; los bosques; el fuego; y los seres humanos. Tradicionalmente, el papel que todas estas cuatro fuerzas naturales han tenido en la formación de los páramos ha sido subestimado. Aquí podremos ver cómo es necesario entenderlas y darles su valor adecuado, para poder comprender los páramos actuales y poder dirigir las labores para su conservación.

 

La vida en el fuego

Muchos de nosotros hemos aprendido, por medio de nuestros padres, por la escuela, por la televisión y las noticias, que el fuego es un elemento destructor que acaba con campos, bosques, árboles y animales. En esta forma de ver el mundo, es necesario que no haya incendios para asegurar la existencia continuada, inalterada, de nuestra naturaleza. Aquí, se mira el mundo en blanco y negro, en términos de bien y de mal. Y el fuego, por supuesto, es un gran mal. Sin embargo, si estudiamos más a fondo el funcionamiento de los ecosistemas, podemos aprender que el tema del fuego es muchísimo más complejo y que hay una gama de interrelaciones ecológicas que están tejidas alrededor de él.

Hay, de hecho, ecosistemas completos y muchas plantas y animales que no existirían de no ser por el fuego. Este es el caso de una gran parte de los páramos como se los conoce hoy en día. Los organismos que resisten y que, de hecho, requieren incendios para su supervivencia son conocidos como pirófilos. A nivel de ecosistema, el fuego, una vez pasado el efecto destructor del incendio, tiene el efecto de mantener amplias áreas abiertas, bien iluminadas, y de liberar muchos nutrientes que estaban capturados por la vegetación, poniéndolos de nuevo en el suelo, lo que permite que haya una gran abundancia de recursos para las plantas que empiezan a crecer de nuevo. Las plantas adaptadas al fuego se queman total o parcialmente, pero tienen estrategias para volver a crecer, ya libres de la sombra y la competencia que ejercían sobre ellas otras plantas vecinas. También hay animales pirófilos, que incluyen, por ejemplo, algunos grupos de escarabajos que ponen sus huevos en madera recién quemada. Estos insectos, prácticamente nada estudiados en el país, pueden detectar un incendio a kilómetros de distancia por medio de sensores especiales que tienen en sus antenas o en su cuerpo, los cuales captan la presencia de humo y radiación infrarroja.

 

Páramos, incendios y plantas amantes del fuego

Frailejón (Espeletia grandiflora)
El páramo como se lo conoce hoy en día, con su dominancia de pajonales y plantas arrosetadas, puede ser caracterizado como un ecosistema dependiente del fuego. Como hemos visto en el artículo anterior, sin la influencia del fuego, gran parte del páramo actual estaría cubierto por espesos bosques hasta más de 4000 metros de elevación. Y los bosques, con su espesa sombra, no son ambientes adecuados para el desarrollo de una inmensa variedad de plantas paramunas, incluyendo las más emblemáticas, los frailejones (Asteraceae: Espeletiinae).

De hecho, los frailejones pueden ser catalogados como perfectas plantas pirófilas...el fuego los favorece, ya que requieren de plena luz para su germinación y desarrollo; los incendios, entonces, eliminan los bosques y matorrales que compiten con los frailejones por espacio y luz. Los frailejones se también se queman, pero un cierto porcentaje de ellos puede sobrevivir al fuego, ayudado, entre otros factores, por el grueso forro de hojas muertas que cubre y protege sus tallos y brotes terminales. Los tejidos de los frailejones se encuentran impregnados por una resina aromática muy inflamable; en verano, las plantas pueden ser consideradas, efectivamente, como antorchas vivientes, preparadas para estallar en llamas y quemar el matorral a su alrededor.

Semanas después del fuego, es posible ver cómo muchos de los frailejones quemados vuelven a brotar, produciendo hojas nuevas. Más importante, es después de un incendio que se inicia la germinación de la nueva generación de estas plantas. Pocos años después de la acción del fuego en el páramo, es posible ver miles y miles de plántulas de frailejones creciendo por todas partes en el área que se quemó. De hecho, cuando se observa un grupo de frailejones en un páramo, se notará que por lo común todos los ejemplares presentes en un sitio dado tienen la misma altura y, por lo tanto, la misma edad: esto es un reflejo de un disturbio, posiblemente un incendio pasado, que permitió una germinación masiva de plántulas en ese lugar.

 

Más flora pirófila

Cardón (Puya nitida), especie endémica y pirófila
Otras especies pirófilas presentes en los páramos, las cuales rebrotan y se propagan después de  las quemas, son las pajas de páramo (Calamagrostis), cortaderas (Cortaderia) y cardones (Puya), todos los cuales tienen hojas arrosetadas, que protegen un tallo central el cual vuelve a producir hojas luego del incendio. Otras especies pirófilas son arbustos que se queman por completo encima del suelo, pero cuya raíz rebrota rápidamente, produciendo nuevas ramas; entre estas especies se pueden mencionar los laureles de cera (Morella), mortiños (Hesperomeles), algunos tunos (Miconia), angelitos (Monochaetum), uva camarona (Macleania) y chusques (Chusquea). Otras especies, sin capacidad de rebrotar, tienen semillas que sobreviven al fuego y que germinan y crecen velozmente en el ambiente abierto creado por el incendio. Entre estas especies se pueden mencionar los Lupinus y otras hierbas anuales.

 

Un páramo creado por el fuego

Monochaetum myrtoideum, especie que rebrota después del fuego
Con todo lo anterior, vemos que el hecho de que los páramos estén dominados por especies de frailejones, cardones, pajas, chusques, tunos, ericáceas, laureles de cera y otros arbustos, no es casualidad. Y vemos que, sin la influencia ocasional de los incendios, los páramos serían muy diferentes. Aquí se revela una faceta que a menudo se ha pasado por alto, sobre todo cuando vemos a nuestros páramos, empapados y envueltos en niebla, como prístinos y sumamente delicados, como un ecosistema incapaz de resistir los disturbios y más aún el disturbio de algo que, como el fuego, parece tan extraño en medio de tanta humedad. Una observación más prolongada y cuidadosa nos haría ver que, en los veranos calientes y soleados, el páramo está lleno de plantas resecas, cargadas de resinas inflamables, listas y dispuestas a quemarse y a quemar todo a su alrededor con cualquier chispa o rayo que caiga sobre ellas. Y todo para asegurar la supervivencia a largo plazo de sus generaciones futuras.

Muy interesantes resultan los trabajos que describen el papel del páramo como un ecosistema asociado a los incendios. En la obra “Tropical Fire Ecology”, editada por Mark Cochrane, y específicamente en el capítulo “Fire in the páramo ecosystems of Central and South America”, sus autores Sally P. Horn y Maarten Kappelle lo resumen así:

“A lo largo de períodos prolongados, los incendios en altas elevaciones han configurado comunidades de plantas de páramo que hoy tienen valor de conservación. La larga historia del fuego en los páramos neotropicales y las respuestas de las especies y comunidades de páramo actuales al fuego, han llevado a la caracterización de los páramos como ecosistemas dependientes del fuego.”

Dice también James Luteyn, en su excelente descripción del ecosistema de páramo, que puede consultarse en la página web del Jardín Botánico de Missouri (http://www.mobot.org/mobot/research/paramo_ecosystem/introduction.shtml):

 “Sin duda el hombre ha tenido un impacto mayor en el origen y dispersión de los pastizales por todos los Andes; y tal vez él es la razón más importante por la cual existe hoy el páramo de pastizal en lugares donde alguna vez pudieron haber dominado matorrales/bosques de Polylepis, Buddleja y Gynoxys. Es poco probable, de todas formas, que algún día seamos capaces de decir con seguridad qué porcentaje del páramo actual tiene origen antropogénico. Sea cual sea el resultado de esta discusión, el hecho es que el páramo de pastizal existe actualmente, cubre grandes extensiones de las zonas altas de los Andes y que este páramo tiene una gran importancia ecológica y económica.”

No deja de ser importante recalcar que, debido a la densidad poblacional cada vez mayor y al aumento continuo de las presiones que los seres humanos ejercemos sobre el páramo, los incendios son ahora muchísimo más frecuentes de lo que lo serían si no estuviéramos. También es importante señalar que, en un ecosistema donde el crecimiento de la vegetación es tan lento, “un fuego cada 100 años no hace daño”...pero incendios frecuentes, como los que ocurren ahora, así sean “sólo” cada 10, 20 o 30 años, no permiten que la vegetación se recupere e invariablemente van degradando la vegetación, eliminando todos los arbustos, matando las nuevas generaciones de frailejones (que tan pequeños, no son resistentes al fuego ni han podido dejar semillas para producir la siguiente generación) y finalmente van reduciendo la vegetación a un pobre pastizal. El fuego es útil y cumple su papel, pero en exceso, va destruyendo la biodiversidad.

Por eso, en un mundo donde el fuego está a la orden del día, con el fin de mantener un balance adecuado y a pesar de todo lo dicho en este artículo, ¡es importante seguir previniendo los incendios!

domingo, 26 de julio de 2015

Las fuerzas detrás del páramo. Parte 2: Los bosques

Roble de 30 m de altura - Belén, Boyacá - 3200 m
Los páramos, esos ambientes de alta montaña tan característicos de Colombia, deben su formación al levantamiento de las cordilleras andinas, muy reciente en términos geológicos. Como factores predominantes en su génesis se han mencionado el duro clima y las adaptaciones que plantas y animales han tenido que pasar para poder sobrevivir en el techo de las montañas tropicales. Insolados durante el día, congelados durante la noche, los organismos de los páramos han desarrollado formas y estrategias de vida tan particulares que ahora resultan características de todo el ecosistema, como la forma de crecimiento en roseta de los frailejones y otras plantas de altura.

Con todo, hay otros factores menos conocidos que han contribuido a darle al páramo diversas formas a lo largo de toda su historia. El páramo no ha sido siempre el mismo; para conocer este ecosistema, tenemos que mirarlo en su totalidad, no sólo durante los últimos 500 años desde el “descubrimiento” de América por parte de los europeos, sino desde su origen y recorrido a través de millones de años.

En esta serie de cuatro artículos mencionamos cuatro fuerzas naturales que han formado los páramos a lo largo de toda su historia: la megafauna; los bosques; el fuego; y los seres humanos. Tradicionalmente, el papel que todas estas cuatro fuerzas naturales han tenido en la formación de los páramos ha sido subestimado. Aquí podremos ver cómo es necesario entenderlas y darles su valor adecuado, para poder comprender los páramos actuales y poder dirigir las labores para su conservación.

 

Del páramo al bosque

Polylepis colonizando el páramo - Belén, 3500 m aprox.
La imagen que tenemos de los páramos suele corresponder a un territorio amplio en lo alto de las húmedas montañas tropicales, donde la vegetación dominante es de gramíneas y plantas arrosetadas como los frailejones. En el mundo del páramo abierto, los arbustos se limitan a matorrales dispersos, los bosques, si acaso, están representados por pequeños parches aislados en quebradas y laderas protegidas del viento.

Bajo esta visión, el páramo es un ambiente abierto por naturaleza, un ecosistema marcadamente distinto de los bosques andinos que crecen a elevaciones menores. Sin embargo, hay otra forma de ver el páramo, una donde su relación con los bosques de montaña aparece como más cercana. Tan cercana, de hecho, que es posible trazar el origen de muchas de las plantas más importantes del páramo a los bosques vecinos. Y tan cercana que, desde cierto punto de vista, el páramo se nos revela, más que como un ecosistema independiente, como una forma que asume el bosque de alta montaña en su proceso de colonizar las cimas más elevadas de los Andes.

 

Los bosques más elevados de Colombia

Amarillo (Ocotea heterochroma) centenario en el páramo
Para quienes estamos algo familiarizados con el ecosistema de páramo, ambiente de alta montaña, frío y supuestamente desprovisto de árboles, nos puede resultar novedoso descubrir que en realidad sí hay bosques en el páramo; y asombroso incluso, cuando descubrimos las dimensiones que pueden alcanzar estos bosques.

Hace algo más de dos años conocí uno de estos bosques de altura. Lo que vi me dejó boquiabierto. En Belén, Boyacá, a 3200 metros de elevación, donde uno esperaría encontrar ya los primeros matorrales y frailejones del páramo, crecía, en vez de ellos, un bosque macizo, dominado por robles (Quercus humboldtii). Para la elevación, el tamaño de los árboles era increíble: muchos robles alcanzaban casi 30 metros de altura y 1 metro de diámetro del tronco. Los troncos rectos se elevaban como columnas hacia el cielo, el follaje lejano apenas se distinguía mirando alto hacia el techo del bosque. Encenillos (Weinmannia), tunos rosos (Centronia) y suscas (Ocotea), acompañaban a los árboles gigantes en el dosel. Chusques, anturios, begonias y gesneríaceas se encargaban de adornar los pisos bajos del bosque. El susurro del viento, el lejano tintineo de un ave, la luz filtrada a través del verde follaje...todo ello contribuía a hacer de este sitio un lugar mágico. Muy diferente de la sensación expuesta que hubiera producido un páramo abierto.

El sitio donde me encontraba no era la frontera final del bosque; mirando a lo lejos, se veía cómo los robledales trepaban y trepaban por las montañas circundantes, llegando hasta la increíble elevación de 3600 metros sobre el nivel del mar.

En otras caminatas por los páramos, he encontrado evidencias del desarrollo de bosques y árboles a grandes elevaciones. En los páramos del noroccidente de Subachoque, Cundinamarca, entre 3300 y 3400 metros sobre el nivel del mar, he podido observar árboles de “amarillo” (Ocotea heterochroma) centenarios, de más de 20 metros de altura y con troncos de cerca de 90 cm de diámetro. En los páramos del municipio de Belén se encuentran bellos bosques de gruesos y retorcidos “colorados” (Polylepis quadrijuga) y “encenillos” (Weinmannia cf. microphylla) hasta 3700 metros de elevación.

El gran botánico José Cuatrecasas ya mencionaba estos bosques de altura en las cordilleras colombianas. Así, en su trabajo clásico “Aspectos de la vegetación natural de Colombia”, publicado por vez primera en 1958, reseña bosques del mismo colorado y encenillo entre 3400 y 3600 m en la Sierra Nevada del Cocuy; y otros bosques de gran elevación en el páramo de Barragán, en la cordillera Central, entre 3500 y 3600 m. Luego continúa con una frase que se me ha quedado grabada desde que la leí por primera vez: “Aunque a primera vista el límite altitudinal que he dado para el bosque andino a 3800 m, puede parecer exagerado, en realidad no lo es, pues hay evidencia de que el límite climácico del bosque ha sido aún más alto en el pasado.” Y, para sustentar esta afirmación, menciona reliquias de bosques macizos a 4000 m de altura en la Sierra Nevada del Cocuy y parches menores de bosque en la misma sierra a 4200 m. Los últimos grupos de arbolitos observados por Cuatrecasas en el páramo subían hasta 4400 metros de elevación.

 

El origen de la flora de páramo

Espeletia - un género de origen tropical
Desde el punto de vista evolutivo, la presencia de bosques en las laderas más altas no resulta tan extraña. Millones de años en el pasado, a medida que las cordilleras andinas se iban elevando, las plantas de los bosques locales iniciaron su proceso de adaptación a altitudes cada vez mayores, a ambientes cada vez más fríos. En los jóvenes Andes venezolanos, un grupo de árboles pioneros de grandes hojas, afines al actual género Carramboa, fueron transformándose gradualmente en frailejones. Otros árboles y arbustos de bosques de menor elevación que se fueron adaptando al páramo fueron los tunos del género Miconia y los bambúes del género Chusquea.

Además de ser poblados por plantas adaptadas de los bosques locales, los jóvenes páramos empezaron a ser poblados por un gran porcentaje de especies procedentes del hemisferio sur, como las mazorcas de pantano (Gunnera), encenillos (Weinmannia) y pinos romerones (Podocarpus). Al crearse el puente de tierra centroamericano, también fueron colonizados por un conjunto de especies adaptadas al frío, procedentes de Norteamérica, entre ellas los espuelos (Berberis), chochos (Lupinus) y robles (Quercus). La unión de todas estas floras ha dado origen a la flora paramuna que conocemos hoy día.

 

Avances y retrocesos

A lo largo de su historia de millones de años, los bosques de páramo han sido afectados por los intensos cambios climáticos provocados por sucesivas glaciaciones y períodos más cálidos intercalados entre ellas. Estos cambios climáticos han causado sucesivos retrocesos y avances de la vegetación boscosa de las cimas más altas de los Andes.

La megafauna mencionada en el artículo anterior también debió haber sido determinante en la distribución de los bosques de páramo. El pisoteo y ramoneo de manadas de enormes animales deben haber limitado seriamente el desarrollo del bosque durante largos períodos de la formación del páramo.

Hasta que la reciente extinción de esta megafauna, hace 10.000 años, en su efecto combinado con el fin de la última glaciación, debió haber favorecido un increíble avance de la vegetación boscosa, la cual alcanzó elevaciones notables, formando bosques macizos hasta alrededor de 4000 metros de elevación.

La lentitud de crecimiento de los árboles y la presencia de incendios naturales debieron haber mantenido, de todas formas, grandes manchones de vegetación abierta, con pajonales y frailejones. Por encima de 4000 metros de elevación los páramos eran en su mayor parte abiertos como hoy en día, pues allí el durísimo clima hacía extremadamente lentos los procesos de sucesión del bosque. De todos modos, los grupos de arbolitos más resistentes subían hasta la increíble elevación de 4400 metros. O sea, que la única franja del páramo realmente sin árboles era una estrecha franja de 400 metros, ya llegando hasta el límite inferior de las nieves, en lo que hoy en día se conoce como “superpáramo”.

 

La destrucción de los bosques

Interior del bosque de Polylepis y Weinmannia - hábitat de especies raras
¿Qué ha pasado con los bosques de alta montaña? ¿Por qué no cubren hoy la mayor parte del área del páramo? Una de las razones de mayor peso puede estar en su lentísimo desarrollo. Mientras que en zonas de clima cálido y húmedo un arbolito pionero puede tardar sólo 3 meses desde su germinación hasta alcanzar una talla de 30 cm, en climas de páramo las especies leñosas más rápidas tardan por lo menos tres o cuatro veces más tiempo desde su nacimiento hasta lograr este mismo tamaño. En climas cálidos y húmedos no es raro que un arbolito pionero ya establecido en un terreno abierto aumente hasta tres o cuatro metros de altura cada año; mientras que los arbolitos de páramo más veloces ya establecidos difícilmente ganan 50 cm cada año. Muchas de las especies más lentas crecen apenas unos pocos centímetros cada año.

Así se pregunta uno: ¿Cuánto tardarán los árboles más lentos, como aguacatillos y amarillos, en formar un bosque en medio del páramo? ¿Y cuántos años tendrán los bosques de robles gigantes que he visto en las montañas más altas? Al pensarlo, se me vienen a la mente cifras de muchos siglos...

Aquí nota uno la vulnerabilidad de estos lentísimos bosques a los cambios de clima, a los incendios naturales, a la actividad humana. Siendo que estos bosques crecen centímetro a centímetro, año tras año, basta un solo incendio (sea natural o provocado) para hacer desaparecer un bosque milenario del páramo; el claro abierto es lentamente colonizado por vegetación pionera de pajonales, luego, año tras año, por frailejones y arbustos. Los arbolitos solo volverán mucho después. Y basta con que el fuego se repita una vez cada siglo para que el bosque nunca retorne.

Antes de la llegada de los seres humanos, los incendios en el páramo debían ser más limitados y espaciados en el tiempo de lo que lo son ahora. Hasta que, desde hace algunos milenios, los páramos empezaron a tener cada vez más gente. Y con los humanos viene el fuego. Siglo tras siglo, fuegos ocasionales, causados por los seres humanos, se inician en el páramo. El proceso se acelera con la llegada de los europeos hace 5 siglos, con el aumento de la ganadería y los cultivos en las altas montañas. Uno tras otro, van cayendo los bosques del páramo, talados para leña y construcción, destruidos para abrir los campos, consumidos por las llamas. A ellos los reemplazarán plantas pioneras y pirófilas como la paja y los frailejones que dominan hoy día.

Ante esta luz, el páramo aparece como una especie de “rastrojo”, que se regenera tras la destrucción del bosque y que contribuye, muy lentamente, a que este bosque se regenere una vez más. Y vemos que este rastrojo ha sido muy favorecido en su expansión por la actividad humana. Es importante notar también que, en esta acción de transformación humana del páramo, no todo ha sido negativo. El páramo abierto resulta ser mucho más rico en especies de flora que los bosques que crecían antes. La mayor parte de las especies de plantas endémicas y amenazadas del páramo requieren de zonas abiertas, no de bosques, para existir. Es claro, de todas formas, que la vegetación del páramo abierto sólo soporta niveles suaves de presión; si el pastoreo sigue aumentando, si la frecuencia de los incendios sube, incluso esta flora resistente de zonas abiertas desaparecerá.

Sigue siendo muy importante conservar los pocos bosques de páramo que han sobrevivido, incluso buscar su ampliación. Al igual que otros hábitats que encontramos en el páramo, estos bosques tienen una gran importancia para la conservación del agua. Muchas especies de plantas de alta montaña son asimismo exclusivas de estos bosques. Y estos bosques son un hábitat esencial para muchas especies de fauna, sobre todo aves, que en su mayoría no pueden sobrevivir en el páramo abierto...necesitan de los colorados, los encenillos y los robles para continuar con una historia cuyos dramas vienen de milenios pasados, para poder pasarla a las generaciones futuras.

viernes, 3 de abril de 2015

Las fuerzas detrás del páramo. Parte 1: La megafauna

Mastodonte del páramo (Cuvieronius) - Sergiodlarosa - 2009
Los páramos, esos ambientes de alta montaña tan característicos de Colombia, deben su formación al levantamiento de las cordilleras andinas, muy reciente en términos geológicos. Como factores predominantes en su génesis se han mencionado el duro clima y las adaptaciones que plantas y animales han tenido que pasar para poder sobrevivir en el techo de las montañas tropicales. Insolados durante el día, congelados durante la noche, los organismos de los páramos han desarrollado formas y estrategias de vida tan particulares que ahora resultan características de todo el ecosistema, como la forma de crecimiento en roseta de los frailejones y otras plantas de altura.

Con todo, hay otros factores menos conocidos que han contribuido a darle al páramo diversas formas a lo largo de toda su historia. El páramo no ha sido siempre el mismo; para conocer este ecosistema, tenemos que mirarlo en su totalidad, no sólo durante los últimos 500 años desde el “descubrimiento” de América por parte de los europeos, sino desde su origen y recorrido a través de millones de años.

En esta serie de cuatro artículos mencionamos cuatro fuerzas naturales que han formado los páramos a lo largo de toda su historia: la megafauna; los bosques; el fuego; y los seres humanos. Tradicionalmente, el papel que todas estas cuatro fuerzas naturales han tenido en la formación de los páramos ha sido subestimado. Aquí podremos ver cómo es necesario entenderlas y darles su valor adecuado, para poder comprender los páramos actuales y poder dirigir las labores para su conservación.

 

¿Páramos solitarios?

Antigua morada de la megafauna...
El páramo ha sido descrito muchas veces como un ambiente desolado, donde los amplios paisajes, el viento frío y la triste neblina generan un ambiente de soledad. Aparte del viento, pocos son los sonidos que se oyen aquí. Quizás el tintineo lejano de algún pajarito oculto entre un matorral. Mirando al cielo, si tenemos suerte, podremos apreciar algún ave rapaz, girando en círculos, oteando su amplísimo territorio en búsqueda de alimento. En la mayor parte de los páramos, necesitaremos mucha suerte para ver algún animal más grande. Si el páramo está bien protegido, como Chingaza, arriba de Bogotá, veremos algunos venados. Se nos dice que hay osos, que el puma deambula por ahí, pero es poco probable que alguna vez veamos uno de estos animales. Por todo esto, se ha llegado a decir que los páramos resultan poco atractivos para la gran fauna y que han evolucionado sin su presencia. Pero un vistazo al pasado nos revela que no siempre fue así.

 

Un safari por las altas montañas

Glossotherium robustum - R. Bruce Horsfall - 1913
El Pleistoceno es la época geológica que abarca la mayor parte de la historia evolutiva de los páramos. Esta época, caracterizada por los sucesivos avances y retrocesos del hielo de los glaciares, se extiende desde hace poco más de 2.5 millones de años y termina con la última glaciación hace algo más de 10.000 años. Aunque suene a viejo y “prehistórico”, el Pleistoceno es realmente la época inmediatamente anterior a la actual (conocida como Holoceno) y tiene una fauna y flora muy modernas, prácticamente idénticas a las que existen hoy en día, con la única adición de una gran variedad de especies de grandes animales que ya se han extinguido (como mamuts, rinocerontes lanudos, mastodontes, etc.) En Colombia, durante el Pleistoceno, el roble que crecía en las cordilleras era ya el mismo roble actual, el aliso era la misma especie de aliso que existe hoy en día, el jaguar el mismo jaguar, etc. Incluso es durante el Pleistoceno que nuestros antepasados humanos, de la misma especie humana a la que pertenecemos ahora, llegaron al territorio que hoy es Colombia.

Jaguar, habitante de los páramos - C. Burnett - 2006
Restos fósiles encontrados a lo largo de toda la cordillera de los Andes, desde Venezuela hasta Bolivia y Argentina, nos muestran que los ambientes de alta montaña (puna y páramo) estaban completamente poblados por grandes animales. En los alrededores de Bogotá, hacia la última glaciación, cuando los páramos llegaron a bajar hasta cerca de 2000 metros sobre el nivel del mar (casi 1000 metros más abajo de su límite actual), se han encontrado restos de la gran fauna de alta montaña: mastodontes (Cuvieronius hyodon, Stegomastodon waringi), parientes de los elefantes que devoraban por igual pastos y vegetación arbustiva. Caballos andinos (Equus lasallei), que recorrían en manadas los pastizales del páramo. Perezosos gigantes (Glossotherium cf. robustum), lentos herbívoros que pesaban más de una tonelada. Estos animales convivieron con otras grandes especies que han sobrevivido y que todavía forman parte de la fauna de los páramos, como el venado de cola blanca (Odocoileus virginianus), el oso de anteojos (Tremarctos ornatus), el puma (Puma concolor) y la danta de páramo (Tapirus pinchaque). Incluso, se ha encontrado evidencia que en ambientes paramunos habitaba el jaguar (Panthera onca), que quizás todavía recorría estas alturas hasta hace solamente 100 años.

Tigre dientes de sable (Smilodon) - Sergiodelarosa - 2008
La gran fauna de alta montaña se conoce mejor de países andinos situados más al sur. Los fósiles de finales del Pleistoceno en Ecuador, nos muestran la presencia de casi las mismas especies en los páramos de ese país: dos especies de mastodontes (Cuvieronius hyodon, Stegomastodon waringi), caballos andinos (Equus andium), perezosos gigantes (Glossotherium robustum, Megatheriidae), puma (Puma concolor), jaguar (Panthera onca), venado de cola blanca (Odocoileus virginianus). Además de estas especies, también hay fósiles de tigre dientes de sable (Smilodon populator), llama primitiva (Palaeolama), armadillo gigante (Propraopus), ciervo extinto (Agalmaceros blicki).

En las cordilleras y altiplano de Perú y Bolivia están nuevamente las mismas especies: mastodontes (Cuvieronius, Stegomastodon), perezosos gigantes (Megatheriidae, Mylodontidae), caballo andino (Equus), jaguar (Panthera onca) y venado de cola blanca (Odocoileus virginianus); además de otros grandes habitantes de las alturas como el gliptodonte (Glyptodon – animal parecido a un armadillo, del tamaño de un carro), caballo extinto (Onohippidium) y ciervos o venados extintos (Agalmaceros, Charitoceros). También hay fósiles de camélidos que todavía sobreviven hoy en día en los Andes centrales y del sur, como guanacos (Lama) y vicuñas (Vicugna). Muchos de los restos de estos animales han sido hallados en cuevas situadas a gran elevación, entre 3300 y 4000 metros o más de altura sobre el nivel del mar.

Quien esté interesado en leer más sobre estas faunas fósiles del Pleistoceno suramericano puede consultar el trabajo de Marshall et al. (1984). Para el caso colombiano, resulta muy interesante el trabajo de Gutiérrez-Olano (2010), que trae la recopilación de la megafauna registrada en el país.

 

Ramoneo y pisoteo en los páramos

Dendrosenecio en los páramos de África - M. Karatay - 2006
Todo esto nos muestra lo ricas que fueron las faunas de alta montaña a lo largo de la cordillera de los Andes. Y nos lleva a pensar ¿cómo fueron los ambientes de páramo, con el pisoteo y ramoneo de perezosos gigantes, enormes mastodontes y multitud de caballos, dantas y venados? Es claro que la compactación del suelo y el aporte de excrementos de estos grandes animales deben haber producido suelos distintos a los que se encuentran hoy en el páramo. Además, el consumo de ramas y hojas de una gran variedad de arbustos y arbolitos deben haber producido un páramo más abierto, con más pastos y menos matorrales. Uno puede imaginar a los frailejones confinados a zonas pantanosas o pendientes abruptas, mientras que los ejemplares más accesibles son tumbados por hambrientos animales, que los abren y consumen su médula.

Para no imaginar tanto, podemos comparar este caso con el de las montañas africanas, donde también hay páramos y donde el equivalente de los frailejones son las altas plantas de Dendrosenecio. Pues bien, en el monte Kenia, a 3800 metros de elevación, se ha estudiado el efecto predatorio de los elefantes (Loxodonta africana) sobre estas plantas, a las que derriban para consumirlas (ver Mulkey et al., 1984). Todavía hoy hay, entonces, páramos con megafauna, donde las complejas interacciones que posiblemente también se dieron en los Andes, siguen ocurriendo. Y nos lleva a preguntarnos muchas cosas. Por ejemplo ¿cómo ver, bajo esta luz, la ganadería en los páramos? ¿Qué tanto está adaptado el páramo para resistir la presencia de grandes herbívoros? ¿Qué pensar de la (renovada) presencia de caballos en el páramo? Preguntas que son importantes para entender y dirigir mejor la conservación de este ecosistema.

 

Literatura citada

Gutiérrez-Olano, J. 2010. Érase una vez en Colombia: la megafauna suramericana durante el proceso de poblamiento del cono sur. Revista de Arqueología del Área Intermedia 8: 11-82. Sociedad Colombiana de Arqueología.

Marshall, L.G., Berta, A., Hoffstetter, R., Pascual, R., Reig, O.A., Bombin, M., Mones, A. 1984. Mammals and Stratigraphy: Geochronology of the Continental Mammal-bearing Quaternary of South America. Paleovertebrata, Mem. Extr.: 1-76. Montpellier.

Mulkey, S.S. Smith, A.P., Young, T.P. 1984. Predation by Elephants on Senecio keniodendron (Compositae) in the Alpine Zone of Mount Kenya. Biotropica 16 (3): 246-248.

domingo, 1 de marzo de 2015

Las aves urbanas de Colombia

Ciudades que crecen, aves que se adaptan

Espatulilla (Todirostrum cinereum) - D. Sanches - 2006
Vivimos en un mundo donde lo urbano toma cada vez más importancia. Cada vez más habitantes del mundo viven en ciudades, situación que también se presenta en Colombia. Aquí, casi tres cuartas partas de la población humana están ahora conformadas por habitantes urbanos. Las ciudades crecen y crecen y, como es natural, cambian radicalmente las áreas que van ocupando. Sin embargo, este cambio no necesariamente es negativo para el resto de organismos con los que compartimos este planeta. Mirando las aves, por ejemplo, es evidente cómo cada vez más especies van ocupando los ambientes de las ciudades, adaptándose a su existencia permanente o temporal en los hábitats tan transformados que aquí se encuentran.

 

Las cifras de aves urbanas

Pato careto o barraquete (Anas discors) - D. Daniels - 2010
Aún no se cuenta con inventarios completos de las aves urbanas del país. De todas formas, es posible estimar que en la actualidad cerca de 500 especies viven en las ciudades colombianas en forma permanente (como residentes) u ocasional (como visitantes o migratorias). Esta es una cifra considerable, que incluye poco más del 25% de las aves registradas en el país. Es decir, una de cada cuatro especies de aves colombianas puede ser considerada ya un ave urbana.

Para Bogotá, se han mencionado registros de algo más de 150 especies; para Medellín, alrededor de 200 especies; y para Cali, más de 250 especies.

Sin embargo, estas cifras hay que tomarlas con cuidado, pues a menudo incluyen no sólo aves registradas en los ambientes estrictamente urbanos, sino también incluyen aves de ambientes rurales vecinos a las ciudades, aves que, aunque han mostrado su capacidad de adaptación a ambientes cercanos a los grandes centros de población, no pueden ser aún consideradas estrictamente urbanas.

Aquí consideramos “ave urbana” a toda especie que, en forma regular u ocasional, como residente o como visitante o migratoria, ha sido registrada en varias ocasiones utilizando los hábitats artificiales o (semi) naturales presentes dentro del área urbana de las ciudades principales. No se incluyen las especies presentes exclusivamente en las áreas rurales de los municipios que conforman estas ciudades.

Como “ciudades principales” entendemos aquí las ciudades colombianas con más de 400.000 habitantes: Bogotá, Medellín, Cali, Barranquilla, Cartagena, Cúcuta, Pereira, Bucaramanga, Ibagué, Pasto, Santa Marta, Villavicencio, etc.

 

Diferentes ambientes para las aves

Copetón o pinche (Zonotrichia capensis) - D. Sanches - 2007
Las ciudades se configuran entonces como importantes sitios de residencia y de paso de las aves. Sin embargo, no todas las especies se adaptan con la misma facilidad, ni de la misma forma a los ambientes urbanos. Entender las necesidades de cada grupo de aves nos puede dar pistas sobre sus patrones de distribución y sobre cómo conservarlas mejor. Los principales hábitats urbanos y las aves presentes en cada uno de ellos pueden describirse como sigue a continuación.

Áreas duras
Poquísimas especies de aves se adaptan a vivir en las áreas duras de la ciudad. Entre estas aves podemos mencionar al gallinazo o chulo (Coragyps atratus) y la guala (Cathartes aura), que se alimentan de basura y carroña; a la comunísima paloma doméstica (Columba livia); a la lechuza (Tyto alba), cazadora de ratas y ratones; y a una gran variedad de golondrinas, que se alimentan capturando insectos en el aire.

Áreas verdes más pequeñas y aisladas (jardines, etc.)
Sólo un porcentaje pequeño de las especies de aves urbanas (quizás cercano al 20%) usan en forma regular las áreas verdes más pequeñas y aisladas (jardines y antejardines, terrazas, glorietas, separadores de vías). Algunas de estas especies, por su cercanía a las viviendas humanas, son las aves más conocidas por los colombianos: tortolitas o abuelitas (Columbina spp.), torcaza (Zenaida auriculata), periquitos (Eupsittula pertinax, Forpus conspicillatus, Brotogeris jugularis), colibríes (Colibri coruscans, Anthracothorax nigricollis, Chlorostilbon gibsoni, Amazilia tzacatl), bichofué o cristo-rey (Pitangus sulphuratus), sirirí (Tyrannus melancholicus), cucarachero (Troglodytes aedon), mirla embarradora o mayo (Turdus ignobilis), azulejos (Thraupis episcopus, Thraupis palmarum) y pinche o copetón (Zonotrichia capensis).

Entre septiembre y abril, una variedad de aves migratorias aparecen en estas áreas verdes menores: atrapamoscas (Contopus, Empidonax), verderones (Vireo), buchipecosas (Catharus), cardenales o pirangas (Piranga) y reinitas (Parulidae). La mayor parte de estas especies migratorias usa estos reducidos hábitats sólo para descansar y alimentarse. A los pocos días, luego de reponer fuerzas, parten a sitios más amplios y adecuados para pasar la temporada invernal.

Áreas verdes más grandes y aisladas (parques)
Guacamaya (Ara severus) - D. Daniels
La mayor parte de las especies de aves urbanas dependen de espacios verdes más grandes para poder vivir. En parques urbanos de entre 0.25 Ha a 100 Ha o más de extensión, relativamente aislados y dominados por prados, jardines y árboles plantados, puede encontrarse una gran parte de las aves registradas en la ciudad. En estas áreas extensas es posible encontrar aves rapaces, loros y guacamayas, varios colibríes, atrapamoscas, tangaras y otras aves pequeñas. Si hay presencia de lagos o humedales, también se encuentra una variedad de aves acuáticas, incluyendo patos, zambullidores, garzas, tinguas o polluelas de agua y aves playeras. Una característica común de la mayor parte de estas especies es su gran capacidad de desplazamiento, lo que les ayuda a aprovechar los recursos presentes en zonas verdes aisladas, inmersas como islas en un mar de cemento, ladrillo y asfalto.

Áreas verdes más conectadas, con vegetación nativa
Las aves más raras y especiales asociadas a las ciudades son aquellas que dependen de hábitats conectados y con vegetación nativa para sobrevivir. Estas especies, muchas de ellas habitantes de la espesa vegetación y pobres voladoras, sobreviven en las ciudades sólo cuando se conservan corredores de vegetación natural a lo largo de las quebradas, ríos, humedales y bordes urbanos y se mantiene la conectividad de estas zonas con áreas rurales con vegetación nativa más extensa.

Este es un grupo de aves importante: un gran porcentaje de las aves urbanas de Colombia son exclusivas de estos hábitats más naturales y conectados. Y aquí es donde se alojan la mayor parte de las especies endémicas y amenazadas presentes en las ciudades, aquellas que tienen prioridad para su conservación. Ejemplos de aves urbanas de gran interés incluyen guacharacas (Ortalis columbiana) en el barrio El Poblado en Medellín. Tingua bogotana (Rallus semiplumbeus) y chirriador (Cistothorus apolinari) en los humedales de Bogotá. Y pava hedionda (Opisthocomus hoazin) en los humedales de Villavicencio.

 

Especies aisladas

La rápida urbanización de las ciudades puede dejar “atrapadas” algunas especies con poca capacidad de desplazamiento en áreas verdes aisladas en medio de la ciudad. Como ejemplos, podemos mencionar los cucaracheros (Troglodytes aedon) que habitan en el Jardín Botánico de Bogotá. O las perdices (Colinus cristatus) del campus de la Universidad del Magdalena, en Santa Marta. Estas poblaciones pequeñas y aisladas pueden resultar particularmente vulnerables a la extinción en el largo plazo.

 

Recomendaciones para la conservación

Tucancito (Aulacorhynchus prasinus) - B. Gratwicke - 2008
Como vemos, las ciudades colombianas son un hábitat importante para muchas especies, incluyendo especies endémicas y amenazadas. Fomentar las poblaciones de aves silvestres dentro de las ciudades no sólo puede contribuir a la conservación de muchas especies, sino que también propicia un acercamiento de la gente a la naturaleza, acercamiento cada vez más necesario en estos tiempos que corren.

Para seguir incrementando la importancia de las ciudades como refugios para las aves son esenciales: 1) Una adecuada planeación y gestión urbana. 2) Reservar suficientes áreas como parques y áreas verdes urbanas. 3) Conservar, como reservas naturales urbanas, restos de hábitats naturales (bosques, matorrales, humedales, etc.) que se encuentren en cada ciudad y sus alrededores inmediatos. 4) Establecer como corredores biológicos las rondas de las quebradas y ríos y los bordes urbanos, permitiendo que áreas verdes aisladas dentro de la ciudad se conecten con áreas verdes más extensas fuera de ella. 5) Plantar especies de flora atractivas para las aves, con énfasis en especies nativas.


lunes, 23 de febrero de 2015

Murciélagos en Bogotá

Murciélagos y climas

Anoura geoffroyi - NBII
Los habitantes de Bogotá que de vez en cuando bajamos de esta ciudad a zonas más bajas, podemos sorprendernos con la cantidad de murciélagos que se encuentran en las vertientes y llanuras de clima templado y caliente del país. En las zonas bajas, los murciélagos hacen parte de la fauna visible y común de cada región. No es más que sentarse alrededor de las seis de la tarde en un sitio con algunos árboles grandes y mirar el cielo mientras cae la noche. Al momento, empezaremos a ver sus oscuras siluetas en vuelo, rápidas y erráticas, aleteando aquí y allá. Y, si vencemos nuestro miedo y prejuicios hasta estos animales, les damos la atención que merecen y los miramos con cuidado mientras vuelan, podremos ver que hay murciélagos grandes y murciélagos pequeñitos, murciélagos que vuelan alto y murciélagos que vuelan cerca del piso. Incluso, si tenemos buen oído, quizás percibamos el sonido de sus aleteos y los agudos tintineos que estos animales producen para orientarse.

 

Los (pocos) murciélagos de Bogotá

Luego de narrar esta escena de atardecer de clima caliente, podemos compararla con lo que se ve en Bogotá. En esta ciudad podemos quedarnos sentados a las 6 pm y esperar la noche y lo más probable es que no veamos ningún murciélago. De hecho, viviendo en Bogotá y experimentando diariamente la ausencia de estos animalitos voladores, podemos llegar a pensar que aquí no hay murciélagos en absoluto. Es verdad que en las zonas de clima frío, por encima de 2500 metros de elevación, los murciélagos son mucho menos comunes y diversificados que en zonas bajas. Sin embargo, sí existen especies de murciélagos que se han adaptado a las zonas altas de montaña y varias de estas especies viven en Bogotá. Son pocos, pequeños y discretos, es cierto, lo que dificulta encontrarlos. Pero a veces, con suerte, podremos ver un murciélago pequeñito, quizás en veloz vuelo, quizás revoloteando a toda velocidad alrededor de un guayacán de Manizales (Lafoensia) tomando el néctar de sus flores.

 

Murciélagos de altura

Lasiurus cinereus - Felineora - 2013
Los murciélagos de clima frío se componen de los siguientes grupos principales. Murciélagos nectarívoros (Anoura), caracterizados por sus hocicos agudos y larga lengua, adaptados para tomar néctar y polen de las flores al mejor estilo de un colibrí. Murciélagos de hombros amarillos (Sturnira), los cuales se alimentan de frutos, sobre todo de plantas del género Solanum (frutillos, tomatillos). Murciélagos de cola larga (Eumops, Tadarida) que se alimentan de insectos grandes atrapados en alto vuelo. Y una variedad de pequeños murciélagos verspertiliónidos cazadores de insectos, que incluyen los murciélagos cafés (Eptesicus), murciélagos orejas de ratón (Myotis), murciélagos de cola peluda (Lasiurus) y murciélagos orejudos (Histiotus). Estos dos últimos géneros de murciélagos (Lasiurus e Histiotus) son quizás los que mayores elevaciones alcanzan en el país: se han registrado a alturas cercanas a 3500 metros sobre el nivel del mar.

domingo, 15 de febrero de 2015

Del Caribe a los Andes - Una invasión alada

Tordo llanero (Quiscalus lugubris) - M. Friedel - 2010

Registro en las montañas

A comienzos de enero de este año pasé varios días con mi familia en las afueras de Villa de Leyva. En el seco valle los días amanecían frescos, con cielos despejados, ambientados con los cantos de mirlas blancas, copetones y chirlobirlos. En una de esas mañanas (2 de enero), oí los reclamos de un pájaro extraño para mí. Me asomé a la ventana para ver si podía encontrarlo y en efecto lo hice a los pocos segundos: el pájaro estaba posado en un poste de conducción eléctrica, emitiendo unos sonidos agudos y rechinantes. Su plumaje, negro y brillante como el de un chamón (Molothrus), su pico largo y terminado en punta; lo más distintivo resultó siendo la cola, que en vez de descansar plana, como en un ave normal, estaba girada de modo que uno de sus costados apuntaba hacia abajo y el otro hacia arriba. Ahí mismo el pájaro siguió volando, permitiéndome sólo unos segundos más de observación. Ya había sido suficiente para identificarlo: se trataba de un tordo llanero o chango llanero (Quiscalus lugubris). La observación resultó fascinante para mí, pues se trataba de la primera vez que veía este pájaro, más propio de las llanuras de la Orinoquía y de la costa Caribe, en una región montañosa del interior del país, a 2100 metros de elevación.

 

Ingreso desde Venezuela

Hasta hace poco más de 20 años el tordo llanero se encontraba limitado a un área comprendida por los llanos del Orinoco, las Antillas menores y las regiones costeras del Caribe desde Venezuela hacia el oriente, hasta el norte de Brasil. En la Guía de las Aves de Colombia, de Hilty y Brown (publicada en 1986) el área de distribución reportada para el tordo llanero en el país está confinada a los Llanos Orientales.

Hasta que, a comienzos del siglo XXI, aves procedentes de la costa de Venezuela empezaron a ingresar primero a la Guajira y luego al resto de la costa Caribe colombiana. Los primeros reportes de estas aves en los departamentos de la Guajira y Magdalena son del año 2005. A partir de entonces, las aves empezaron a tomar hacia el sur y a subir por las montañas. Tomás Darío Gutiérrez, gran naturalista del valle del río Cesar, me contaba el año pasado que ya era posible ver a los tordos llaneros en las partes altas de la serranía de Perijá, a más de 3000 metros de elevación.

 

Tordos en el altiplano

Hembra o juvenil - www.birdphotos.com
En la última versión (en inglés) de la Guía de campo de las aves de Colombia de Proaves se dice que el tordo llanero es uno de los pájaros que más rápido se está extendiendo en Colombia; en el mapa de distribución del libro aparece ya registrado en la región Caribe, el Magdalena Medio, el Bajo Cauca y el altiplano cundiboyacense. El rango altitudinal que se registra en esta publicación va desde el nivel del mar hasta 3100 metros de elevación.

El ave que observé, bien adentro del país, confirma el rapidísimo avance de la especie. Al investigar un poco más sobre el tordo llanero, siguieron apareciendo más registros. En la base de datos de sonidos de aves “xeno-canto” (www.xeno-canto.org)  pude ver que ya hay registros de estas aves en Bogotá, grabados por Oswaldo Cortés en el humedal de Jaboque en octubre de 2011; y un registro de la laguna de Tota, en octubre de 2013, grabado por Johana Zuluaga. Es más, en la Guía de aves de la Sabana de Bogotá, de la ABO, publicada en el año 2000, se hace mención de por lo menos 4 individuos de tordo llanero registrados en el humedal de Tibanica en Bogotá. Éste es quizás el reporte más antiguo de la especie en el interior del país, que precede en por lo menos 5 años a los registros de la costa Caribe; es difícil decir si estos primeros registros de Bogotá correspondan a individuos que emigraron directamente de los Llanos o si corresponden a ejemplares liberados o escapados de cautiverio. En todo caso, así como van las cosas, en unos pocos años el tordo llanero puede terminar haciendo parte de la avifauna regular del altiplano cundiboyacense y de gran parte del occidente de Colombia.

jueves, 5 de febrero de 2015

Colombia en el mundo - Flora nativa en los jardines

Tabaco de flores amarillas (Nicotiana glauca) - Arequipa, Perú
Acabo de regresar de un viaje por Perú y Bolivia. En estos países andinos, con tantas similitudes y también diferencias con Colombia, he podido reflexionar sobre muchos elementos comunes de nuestra naturaleza, observando y también contrastando qué hace único y especial a cada país. A continuación sigue la última de una serie de cinco notas con algunas de estas observaciones.

 

Plantas de todos los continentes

Una de las cosas que me llamó la atención de la flora urbana de las ciudades peruanas, y que es plenamente compartida con las ciudades colombianas, es la escasez de especies nativas, sobre todo cuando se ve más allá de la arborización y se miran las plantas más pequeñas, de jardín. En Lima, Arequipa y Cusco casi no se cultivan arbustos nativos, flores originarias del Perú, trepadoras locales ni cactus endémicos. Las flores que se ven por todas partes son de Sudáfrica, México y Asia, entre muchos otros lugares.

En Colombia es igual. En los últimos 20 años se han realizado notables avances por incluir muchas especies de árboles nativos en los programas de arborización urbana. Pero esta “onda de los nativos” no ha alcanzado todavía a los jardines, donde la gran mayoría de las especies menores, ornamentales, son de otros continentes y países: geranios, cartuchos y agapantos del sur de África, lino y hebe de Nueva Zelanda, rosas y vincas de Europa y Asia.

 

Yaquil (Colletia) - Cerca de Cusco

La importancia de las plantas pequeñas

Esta falta de especies menores nativas crea un gran vacío en la ciudad, por tres razones: 1) Estas especies, y no los árboles, son las que conforman la mayor parte de la biodiversidad de la flora. 2) Las numerosísimas especies menores son indispensables como hábitat y fuente de alimento para muchos animales pequeños (p. ej. colibríes y mariposas).  3) Las especies menores nativas, al ser ignoradas, están dejando de beneficiarse de los espacios urbanos que podrían ocupar, de las actividades de propagación y de los cuidados que ayudarían a rescatar centenares de especies endémicas, amenazadas de extinción.

 

Cactus nativos

Baste un ejemplo para mostrar esta situación. En Perú, uno de los centros mundiales de diversidad de cactus, se tienen registros de 250 especies de esta familia; de éstas, casi 200 son endémicas, que sólo se encuentran en el país y en ningún otro lado del mundo. En los alrededores de la ciudad de Arequipa, en un rango altitudinal similar al de la ciudad, crecen 10 de estas especies endémicas de cactus: Armatocereus ghiesbreghtii, Armatocereus riomajensis, Browningia viridis, Corryocactus aureus, Corryocactus brevispinus, Corryocactus brevistylus, Corryocactus prostratus, Matucana haynei, Weberbauerocereus rauhii y Weberbauerocereus weberbaueri. Y es muy posible que la mayor parte de estas especies esté amenazada de extinción. Pues bien: nosotros sabemos lo ornamentales y apreciados que pueden ser los cactus, el fanatismo que despiertan en los coleccionistas. ¿Cómo no imaginar entonces una ciudad donde este tipo de plantas únicas, endémicas, sean propagadas, cultivadas y mostradas como el orgullo de la región? Que uno pasara caminando y las viera cultivadas en los balcones y patios de las casas, que la gente se las mostrara a uno y le contara sobre ellas.

Pues bien, la realidad es que uno no ve cultivada ninguna de estas especies. Y, en cambio, sí se planta por todas partes una especie carnosa parecida a un cactus columnar: la Euphorbia candelabrum, originaria de África. Es claro que, tanto en Perú como en Colombia, todavía falta mucho camino por recorrer para llevar nuestra riquísima flora a los jardines.

Austrocylindropuntia - Cerca de Arequipa

miércoles, 4 de febrero de 2015

Colombia en el mundo - Los árboles urbanos de Colombia y Perú

Palmas y árboles urbanos - Arequipa, Perú
Acabo de regresar de un viaje por Perú y Bolivia. En estos países andinos, con tantas similitudes y también diferencias con Colombia, he podido reflexionar sobre muchos elementos comunes de nuestra naturaleza, observando y también contrastando qué hace único y especial a cada país. A continuación sigue la cuarta de una serie de cinco notas con algunas de estas observaciones.

 

El clima para los árboles

En Perú pude observar con algún detalle la arborización urbana de tres ciudades principales: Lima, Arequipa y Cusco.  A pesar de las diferentes condiciones ambientales que se presentan en cada una de estas ciudades y de la gran diferencia de alturas entre ellas, todas comparten un factor clave: son ciudades secas. En esto se diferencian de ciudades principales de Colombia como Bogotá y Medellín, que presentan condiciones mucho más húmedas y favorables para el desarrollo de la vegetación.

En Lima, situada en el valle del río Rímac, en mitad del desierto costero, no llueve casi nunca: su precipitación anual se calcula en menos  de 13 mm. En Arequipa, situada en la cordillera a poco más de 2300 metros de elevación, se estiman precipitaciones de 75 mm al año. En Cusco, ciudad de gran elevación, situada a 3400 metros sobre el nivel del mar, se calculan precipitaciones anuales cercanas a 700 mm.

En marcado contraste, Bogotá, a 2600 metros de elevación, presenta en gran parte de la ciudad precipitaciones que oscilan entre 800 y 1000 mm anuales. Medellín, situada a una altura promedio de 1500 metros, es aún más lluviosa, con precipitaciones cercanas a 1600 mm al año.

 

Diferentes colores

Riego de áreas verdes - Lima, Perú
Las diferencias en las precipitaciones que mencionamos arriba son una condición clave que explica muchas de las características de la flora urbana que se observa en las distintas ciudades. Las ciudades principales de Colombia, aunque tienen grandes vacíos en su arborización y presentan amplios sectores casi completamente desprovistos de árboles, son, de todas formas, ciudades con mucho verde. En las grandes ciudades de Perú predominan tonos más cafés, grises o amarillos, debido al clima más seco. En este último país, la arborización y creación de jardines han estado sujetas a mayores dificultades, donde se ha tenido que plantar una menor variedad de árboles y de plantas de jardín, donde se han tenido que escoger las especies más resistentes, donde, incluso, se han plantado árboles en sitios donde originalmente, antes de la construcción de las ciudades, no crecía ninguno.

Es que resulta increíble pensar que, en el caso de Lima, ni siquiera sería posible tener prados o césped sin riego constante. Aquí en Colombia, por el contrario, damos por sentado que el pasto siempre crece, incluso sin ningún cuidado.

 

Árboles más importantes

Cedro (Cedrela odorata) - Lima, Perú
Terminamos este artículo con un breve listado que incluye muchas de las especies más típicas y comunes que he observado en cada una de las ciudades mencionadas. Resaltadas en negrita aparecen las especies nativas de cada país.

LIMA
Tara (Caesalpinia spinosa), molle (Schinus molle), huaranhuay (Tecoma stans), sauco (Sambucus peruviana), boliche (Sapindus saponaria), tulipán africano (Spathodea campanulata), acacia forrajera (Leucaena leucocephala), huarango o algarrobo (Prosopis pallida), molle costeño (Schinus terebinthifolia), palo verde (Parkinsonia aculeata), ceibo (Ceiba trischistandra), ceibo (Ceiba speciosa), jacarandá (Jacaranda mimosifolia), grevilea (Grevillea robusta), tipa (Tipuana tipu), ponciana (Delonix regia), casuarina (Casuarina cunninghamiana/equisetifolia), araucaria (Araucaria heterophylla), palmera washingtonia (Washingtonia robusta), palmera fenix (Phoenix canariensis), palmera real (Roystonea regia), melia (Melia azederach), cedro (Cedrela odorata), eucaliptos (Eucalyptus rostrata, Eucalyptus citriodora), mora (Morus alba), sauce (Salix humboldtiana), ficus (Ficus benjamina, Ficus sp.), álamo (Populus nigra).

AREQUIPA
Eucalipto (Eucalyptus globulus), pino (Pinus radiata), ciprés (Cupressus lusitanica, C. macrocarpa, C. sempervirens), fresno (Fraxinus sp.), sauce (Salix humboldtiana), álamo (Populus nigra), palmera (Phoenix canariensis), araucaria (Araucaria heterophylla), tara (Caesalpinia spinosa), casuarina (Casuarina equisetifolia), tasta (Escallonia salicifolia), ficus (Ficus benjamina), jacaranda (Jacaranda acutifolia), mora (Morus alba), palta (Persea americana), capuli, cerezo (Prunus serotina), palmera washingtonia (Washingtonia sp.), caguato, huaranguillo (Tecoma arequipensis), molle (Schinus molle), grevilea (Grevillea robusta).

CUSCO
Chachacomo (Escallonia resinosa), molle o falso pimiento (Schinus molle), quishuar (Buddleja longifolia, B. incana), colle (Buddleja coriacea), sauco (Sambucus peruviana), eucalipto (Eucalyptus globulus), pino (Pinus radiata), ciprés (Cupressus macrocarpa), fresno (Fraxinus sp.), capulí (Prunus serotina), lloque (Kageneckia lanceolata), tara (Caesalpinia spinosa), huayruro (Citharexylum herrerae), palmera (Phoenix canariensis), aliso o lambrán (Alnus acuminata), cedro (Cedrela angustifolia), huaranhuay (Tecoma stans var. sambucifolia), yaquil (Colletia sp.), queñua (Polylepis incana , P. racemosa). 

BOGOTÁ
Caucho sabanero (Ficus americana), roble (Quercus humboldtii), cedro (Cedrela montana), nogal (Juglans neotropica), eucaliptos (Eucalyptus globulus, Eucalyptus spp.), urapán (Fraxinus uhdei), acacias (Acacia baileyana, A. dealbata, A. melanoxylon), pinos (Pinus patula, P. radiata), ciprés (Cupressus lusitanica), araucarias (Araucaria angustifolia, A. heterophylla), caucho benjamín (Ficus benjamina), eugenia (Syzygium paniculatum), jazmín del Cabo (Pittosporum undulatum), sauco (Sambucus nigra), magnolio (Magnolia grandiflora), pino romerón (Retrophyllum rospigliosii), alcaparro (Senna viarum), chicalá (Tecoma stans), arrayán (Myrcianthes leucoxyla), falso pimiento (Schinus molle), liquidámbar (Liquidambar styraciflua), guayacán de Manizales (Lafoensia acuminata), aliso (Alnus acuminata), cajeto (Citharexylum subflavescens), sangregados (Croton bogotanus, C. magdalenensis), mano de oso (Oreopanax floribundus), mangle de tierra fría (Escallonia pendula), sauce (Salix humboldtiana), tíbar (Escallonia paniculata), palmas de cera (Ceroxylon alpinum, C. quindiuense, C. sasaimae, C. vogelianum), palma canaria (Phoenix canariensis), amarrabollo (Meriania nobilis), sietecueros (Tibouchina lepidota).

Edificios en medio de los árboles - Medellín, Colombia
MEDELLÍN
Laurel (Ficus benjamina), mango (Mangifera indica), tulipán africano (Spathodea campanulata), urapán (Fraxinus uhdei), leucaena (Leucaena leucocephala), guayacán amarillo (Handroanthus chrysanthus), palma areca (Dypsis lutescens), cañafístula (Cassia grandis), carbonero (Calliandra magdalenae), araucaria (Araucaria heterophylla), acacia roja (Delonix regia), caucho (Ficus elastica), cedro rojo (Cedrela odorata), cedro negro (Juglans neotropica), arizá (Brownea ariza), gualanday (Jacaranda mimosifolia), yarumo blanco (Cecropia telenitida), zuribio (Zygia longifolia), terminalia (Terminalia ivorensis), palma alejandra (Archontophoenix alexandrae), palma abanico (Pritchardia pacifica), almendro (Terminalia catappa), aguacate (Persea americana), aguacatillo (Persea caerulea), bala de cañón (Couroupita guianensis), balso (Ochroma pyramidale), pisquín (Albizia carbonaria), casco de vaca (Bauhinia picta).

Medellín es una de las ciudades más biodiversas. Se calcula que aquí se están cultivando actualmente cerca de 500 especies de árboles y arbustos grandes. Ésta es quizás la cifra más alta para cualquier ciudad de Colombia y una de las más altas a nivel mundial. Medellín se está convirtiendo de esta manera en un ejemplo de biodiversidad, especialmente desde el momento en que se está haciendo énfasis en que un gran porcentaje de las especies plantadas en la ciudad correspondan a especies nativas.