martes, 10 de diciembre de 2013

Colombia en el mundo - Los Andes secos

Cactáceas andinas cerca de Cuzco, Perú
En Colombia estamos acostumbrados a que nuestras cordilleras estén llenas de verdor. La lluvia abundante favorece el crecimiento de la vegetación, que, si es dejada tranquila, rápidamente se desarrolla hasta convertirse en espesos bosques. Por otro lado, las montañas de color café que caracterizan las zonas secas sólo podemos observarlas en sitios muy reducidos y específicos del país; lugares situados en valles profundos como los cañones de los ríos Chicamocha, Dagua y Patía, como la región de Villa de Leyva, como el sur de la Sabana de Bogotá, como las laderas que bajan a la región del alto Magdalena y del valle del río Cauca, como la cuenca alta del río Sucio en Dabeiba y Uramita, Antioquia, y como la cuenca alta del río Catatumbo en Norte de Santander. La lista parece larga, pero si la miramos sobre un mapa, veremos que no son más que excepciones, que todos estos sitios juntos apenas cubren un área muy pequeña de nuestras montañas. Son apenas islas de sequedad sumergidas en un mar de verdor.

Por el contrario, si miramos a escala global, ocupándonos de toda la cadena montañosa de los Andes desde Venezuela hasta la Patagonia, veremos cómo es más común que los Andes sean secos y no lluviosos. Las zonas de bosques húmedos están limitadas a un área relativamente pequeña formada por los Andes de Venezuela, Colombia y Ecuador y una estrecha franja de Perú, Bolivia y el norte de Argentina. Otra franja de humedad reaparece en la región costera y montañosa del centro y sur de Chile y Argentina. Todo lo demás, que son casi dos tercios del área de la cordillera, son desiertos, puna seca y estepas patagónicas. Es decir, si nos vamos a representar cómo es un sitio “promedio” que represente a toda la cordillera, sin duda será un sitio con una clara tendencia a la aridez.

 

La antigua historia de la aridez

Pastizales secos de Villa de Leyva
En el pasado, las zonas secas estuvieron más extendidas por las montañas de Colombia, logrando mayores conexiones entre ellas y con el resto de zonas áridas situadas más al sur del continente. Un clima más húmedo las ha obligado a replegarse al fondo de valles que todavía conservan condiciones de aridez; allí, la vegetación especial de estos sitios quizás aguarda el momento en que un futuro cambio climático le permita avanzar de nuevo, re-colonizando áreas más amplias del país. Los avances y retrocesos de la vegetación de zonas áridas dejan huellas que todavía pueden ser leídas e interpretadas, permitiéndonos averiguar más sobre el pasado remoto y, quizás, predecir qué tipo de ambientes pueden regresar en este mundo cambiante. Algunos ejemplos de estas huellas pueden buscarse en el mundo de la fauna y la flora de nuestras montañas.

 

Camellos americanos

Vicuña (Vicugna vicugna) - R. Huebner, 2005
Uno de los grupos más conocidos de animales de zonas áridas es el de los camélidos, familia a la que pertenecen el dromedario, el camello bactriano, el guanaco, la vicuña, la llama y la alpaca. Pocas personas lo saben, pero los camellos no se originaron en los desiertos de África o de Asia, ni tampoco en los altos Andes. La mayor variedad de fósiles de camellos del mundo, y ciertamente los más antiguos, ha sido encontrada en Norteamérica, con edades que van desde el Eoceno (hace 45 millones de años) hasta hace unos meros 10.000 años, cuando los camélidos norteamericanos se extinguieron. Durante su larga historia evolutiva, estos animales tuvieron tiempo de cruzar el estrecho de Bering y colonizar Asia y África. Y, por otra parte, también se aprovecharon de la formación del puente de tierra centroamericano para cruzar al sur y conquistar los Andes. Aunque todavía no se han encontrado fósiles que atestigüen su antigua presencia en Colombia, es claro que el país tuvo que ser una ruta de paso obligada para los antecesores de guanacos y vicuñas que venían del norte. En algún momento de su historia, nuestros Andes secos, hogar de camélidos, debieron tener escenas similares a las de los actuales Andes peruanos y bolivianos, con sus siluetas de llamas y alpacas recortadas contra las cumbres nevadas.

 

Cactus de montaña

Parodia sellowii
Otro de los grupos de organismos emblemáticos de las zonas áridas son los cactus. Y los Andes secos son reconocidos como uno de los centros mundiales de diversidad de esta espinosa familia, albergando centenares de especies exclusivas, que sólo se encuentran en esta cordillera y en ningún otro lado del mundo. En comparación con los Andes centrales, Colombia tiene relativamente pocos cactus: cerca de 80 especies (comparar con 250 especies en Perú y 225 en Argentina). Resulta muy interesante observar las relaciones que nuestros cactus colombianos guardan con los del resto del continente. El cactus semisubterráneo Parodia sellowii es una especie muy localizada y amenazada del altiplano cundiboyacense. Sin embargo, este mismo cactus tiene una distribución muy amplia en una zona totalmente alejada de los Andes, en Argentina, Uruguay y el sur de Brasil. ¿Son estas dos poblaciones separadas los restos de una antigua población más ampliamente distribuida? ¿O, siendo que todas las demás especies de Parodia parecen ser originarias del sur del continente, es posible que la población colombiana de este cactus sea una inmigrante llegada en tiempos recientes a la región?

Browningia candelaris en Chile - M. Lejeune, 2006
Otro caso interesante es el que presentan los cactus Browningia. La mayoría de las especies de este género son peruanas, con algunas especies también presentes en Bolivia, Chile y Paraguay. Uno de estos cactus, la Browningia candelaris, es un emblema de la vegetación del altiplano entre Chile y Perú, muy fácil de reconocer por su apariencia desordenada, como si estuviera armado de pedazos pegados unos con otros en forma muy irregular. Pues bien, desde hace cerca de 20 años había rumores de que en Colombia también se encontraban cactus Browningia, pero no había evidencias de ello: nadie había fotografiado o colectado muestras de estos cactus en el país. Hasta que en el año 2005 se recogieron los primeros ejemplares en una pequeña zona del valle del Chicamocha, a 2300 metros de elevación. En este sitio, la Browningia hernandezii (dedicada al gran naturalista colombiano Jorge Hernández Camacho, quien fue el primero en llamar la atención sobre la presencia de este género de cactus en Colombia), es uno de los elementos dominantes de la vegetación, levantando sus tallos columnares hasta 7 m por encima del suelo. Si un cactus de este tamaño puede pasar tantos años desapercibido por la ciencia, sin duda habrá mucho más por descubrir en el mundo de las plantas y los animales de las zonas secas de los Andes.

Cactus columnares en Salta, Argentina

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